El polémico sacerdote Santiago Trelles, por sus actitudes y
comportamiento desde el primer día que llegó a Juárez, fue observado por la
Curia que, a pesar de las presiones que existían pidiendo su traslado, recién en
los finales de la década del 40 le dio otro destino. Cuando Trelles recibió la
nota, la rompió furioso y gritó: “ A
Trelles no lo saca nadie de Juárez salvo el Papa, y como el Papa me apoya, yo
no cederé…!”. Y dirigiéndose al mensajero de
No era un hombre de paciencia el cura Trelles. Tuvo que intervenir
el Cardenal Santiago Copello, quien a través de Monseñor Lértora, trató de
convencer al duro sacerdote. Pero Trelles, que se tuteaba con el mismo Perón,
visitó
En abril de 1951, ya se hablaba con insistencia del traslado de
Trelles, pero pasó más de un año para que esto se concretase. Al Obispado
siempre le había costado disciplinar al sacerdote de Juárez, quien sabiendo que
se gestionaba su destitución, y como represalia suspendió la misa de Nochebuena
en diciembre de 1952.
Las había hecho todas y aún más. La jerarquía eclesiástica después
de treinta años se decidió a sancionar a Trelles. El 12 de enero de 1953 un
decreto que firma Monseñor Antonio Plaza, “por la gracia de Dios y
El cura había violado demasiadas normas del Código de Derecho
Canónico. Los considerandos señalan que el Obispo había hecho “paternalmente,
la amonestación e invitación a presentar descargos o renunciar, a lo cual se
contestó (al estilo Trelles) verbalmente con injurias y amenazas, y por escrito
con dilatorias y razones juzgadas sin
consistencia ni seriedad”. Agregan que “invitado nuevamente a renunciar
conminándole con la remoción con fecha 2
de enero de 1953, habiendo transcurrido el plazo de 10 días sin tener
respuesta, demora que nos haría culpable del mal que se ocasionaría a las almas y con el ánimo
de proveer al bien espiritual de la feligresía”, se decreta la remoción de
Trelles de
EL TRISTE
FINAL
“En el ocaso de esa vida de desencuentros, comenzó su ruina;
viejo, artero esclerótico, fue separado de su parroquia, de su casa, ya
totalmente arruinado. En plena miseria fue protegido por un rematador que lo
dejaba dormir en un sillón del escritorio. Vencido y destituido, lloraba como
un niño cuando reconociendo a personas de Juárez se acercaba a saludar. De día
andaba con su sotana raída y sucia, mendigando sentado en las escalinatas de
las iglesias. También se lo veía por los boliches de Buenos Aires “pechando”
para sus copas. Apoyado en su bastón, caminando a desesperantes pasitos cortos
de un boliche a otro, donde por las copas, para burlarse de él, le exigían que
zapateara. Lo hacía apoyado entre dos sillas, con los ojos llorosos por el
senil esfuerzo, pero siempre sonriente”. De esta forma cuenta el periodista
Helvio Botana, cómo fue el final del sacerdote, confesando que había pagado mal
su amistad, porque viéndolo en ese estado no se acercó a ayudarlo. Siempre
Trelles dio preferencias a sus ocasionales amigos; esos importantes políticos o
periodistas o a las familias “de más valer”, como él las llamaba. Cuando llegó
su peor hora, se dio vuelta y no encontró a nadie a su lado. Quizás no había
construido sus afectos en una comunidad en la que permaneció 32 años de su vida
y creyó tenerlos en esas altas jerarquías, para las que solo fue un actor de
reparto.
Murió a los 78 años en la pobreza absoluta, sus restos fueron
velados en la Iglesia de la Inmaculada Concepción en Buenos Aires, recibiendo
sepultura en el cementerio de la Chacarita.
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