7 jul 2021

Los Fortines


 Las lindes del desierto se guarnecieron con algunos fortines y con tropas distribuidas en una larga línea ideal que un poco pomposamente se llamaba línea de fronteraDespués de San Antonio de Iraola y como una respuesta a la necesidad de hacer pie en un territorio dominado por los indios, el gobierno resuelve instalar pequeñas guarniciones, y es así que en nuestro distrito se construyen cinco fortines, y tres “fortines-postas”, que se suman al cantón San Antonio.


FORTÍN OTAMENDI (BARRANCOSA)

En tierras de nuestro partido, en la zona de Tedín Uriburu, en el año 1854 se estableció el Fortín Barrancosa, a 300 metros de la laguna La Barrancosa, tierras que eran de propiedad de Felipe Botet. Se trata de uno de los fortines que debían proteger la frontera sur frente a las avanzadas de los indígenas. La orden y el proceso para su construcción están bien documentados en los registros oficiales. La guarnición estuvo activa hasta 1869.

El asentamiento tenía una extensión de 2859 m2 y estuvo habitado por un grupo de entre 28 y 52 hombres, según las fuentes históricas. En 1864 la dotación era de 33 hombres. El Jefe de la Frontera Sur, Coronel Emilio Mitre, estuvo bastante tiempo instalado en el Fortín Barrancosa, existiendo constancias en correspondencia originadas desde ese lugar.

El fortín Barrancosa, cambió de nombre por “Teniente Coronel Otamendi”, conforme a lo resuelto en el acuerdo de fecha 23 de octubre de 1858, del Departamento de Guerra y Marina, como homenaje al mártir del combate de “San Antonio”.

El número de fuerzas regulares para custodiar la frontera era escaso, al igual que los recursos destinados al mantenimiento de los fuertes. Por esa razón, los pobladores de la campaña participaron en el servicio de las armas y aportaron recursos económicos al sostenimiento de la defensa contra el indio. Los fortines y las guardias fronterizas se diferenciaban de los fuertes por ser los pobladores quienes se constituían en milicia y sostén de los mismos.

Fue una verdadera epopeya la de soldado fortinero, no demasiado reconocida en la Argentina. Estos fortines eran fijos, establecidos para perdurar al menos varios años y con dotaciones que variaban según las levas que se efectuaran en los campos y poblados. 

Estudio del Fortín Otamendi

Un estudio reciente, realizado por el doctor Facundo Gómez Romero, del Departamento de Arqueología Prehistórica de la Universidad de Barcelona, en los fortines Miñana, en Azul, y Otamendi, en Benito Juárez, en el que participaron también profesionales de las universidades nacionales de Buenos Aires, La Plata y Luján, aporta datos interesantes, relacionados con la actividad en el fortín ubicado en cercanías de Tedín Uriburu.

"Lo que encontramos atañe a lo más profundo de la argentinidad. Estamos ante un gaucho más globalizado de lo que creíamos, lejos de la figura de aquel sentado en una cabeza de vaca, comiendo un churrasco sobre una galleta con su facón", explicó Romero.

“Bolas de boleadoras e instrumentos para cortar tipo raederas, les dieron a Romero y a su equipo los indicios de que el fortín fue un espacio de simbiosis cultural, en el que el gaucho y el indio compartían "un espacio de confluencia, más que un centro de avanzada de la impoluta civilización blanca europea". Y un espacio de globalización: allí se encontraron fusiles franceses que datan de las campañas de Napoleón, en Egipto; es decir, que cuando los usaron, ya tenían más de un siglo de antigüedad”.

"La imagen del vestuario y las armas del fortinero tipo era muy esquemática, presentaba un soldado con su uniforme reglamentario, su quepis y la Remington patria. Pero la mayor parte del tiempo dentro de los fortines no estaba vestido así, sino de gaucho: en las excavaciones la mayoría de botones que aparecieron corresponden a ropa civil y no militar", dijo el arqueólogo.

Romero destaca que los libros de historia actuales y los tradicionales sobre la época no hablan acerca de los fortines como lo que eran, "una especie de cárcel", que controlaba la mano de obra disponible en las pampas y enseñaba hábitos capitalistas de trabajo.

En documentos oficiales del Archivo General de la Nación, el Servicio Histórico del Ejército y el Museo Mitre, entre otros, se mencionan los castigos físicos que sufrían los fortineros: "Cepo, palos, estaqueadas y látigo". Y agrega: "El alto consumo de alcohol, sobre todo, ginebra holandesa, es un dato de asociación con la cárcel".

Un segundo estudio arqueológico, también encabezado por Facundo Gómez Romero, sobre los restos fósiles hallados en el Fortín Otamendi, permite ahondar más en la investigación de la dieta de los fortineros que allí moraban.

“El material recuperado - dice el informe- es semejante al que hemos podido extraer en las excavaciones del cercano Fortín Miñana: además del material faunístico se recuperó loza, gres cerámico, vidrio, objetos metálicos y objetos líticos tallados. Este último dato, 150 objetos líticos entre los que hay raederas y raspadores, fue en principio sorprendente puesto que en ninguna de las fuentes se registra ni su fabricación ni su uso.

Ello es coherente tratándose de un asentamiento militar; es decir, con una tecnología industrial proporcionada por un abastecimiento oficial desde los lugares de producción metropolitanos. Además, entre el material vítreo hay importaciones europeas –botellas de ginebra holandesas o británicas- y producción de industria argentina. En Otamendi además, hay constancia tanto de la producción de instrumental lítico, como de su uso en el trabajo de la madera y el cuero”.

“Existe cierta información útil en varias fuentes escritas de viajeros y en registros oficiales que hacen referencia al consumo animal en los fortines”.

“En las primeras, -agrega el estudio- se destaca indefectiblemente la necesidad del habitante del fortín de completar la dieta del aprovisionamiento oficial. Así se relata que completaban la dieta con carne procedente de la caza: avestruces y aves en general, ciervos, vizcachas, liebres, incluso de la caza de zorros, zorrinos, y además se habla de que en casos extremos se practicaba el consumo de carne de caballo o de perro. Los registros oficiales del Ejército Nacional se refieren al suministro de una res de vacuno diaria para cada cien hombres”.

“En el Fortín Otamendi hemos observado que la oveja es la categoría representada por el mayor número de restos óseos, seguida por el buey.

Entre las señales posteriores al consumo humano también se ha observado en dichos restos mordeduras de carnívoros, que hemos identificado como probablemente de perro; así como marcas de dientes de roedores. Este indicio es interesante porque nos documenta la convivencia con el perro. Las fuentes que describen la vida en el fortín se refieren siempre a la presencia de estos animales en asentamientos.

Por otro lado, se han podido identificar marcas de procesado dejadas por utensilios de metal (hachas, machetes y cuchillos). Se trata casi siempre de marcas de corte contundentes y no se registran, marcas producidas por objetos líticos. Esto implica que a pesar de existir instrumental lítico y a pesar de la existencia de un decreto militar, con la prohibición de usar cuchillos metálicos en el interior de los fortines para evitar peleas sangrientas, el faenado de los animales se realiza de forma habitual con el instrumental mas adecuado”.

“También se ha apreciado la abundancia de huesos quemados en su totalidad, con lo cual se podría alimentarla hipótesis de su utilidad como materia de combustión.

Todo ello, si tenemos en cuenta la escasez de árboles existente en la zona y la reiterada mención en las fuentes escritas de la época: “En medio de la pieza ardía un fuego bastante fuerte que despedía mucho humo y un olor desagradable. Me acerqué y vi que el fogón estaba alimentado por una mezcla de osamentas de animales y sebo... Echaron otros huesos al fuego...” (Henri Armaignac, 1874), parece aproximarse más a la realidad existente dicho supuesto que a cualquier otra causa”.

“Según se deduce de los datos oficiales, el consumo de carne suministrada era exclusivamente de ganado vacuno. Sin embargo, el análisis de los restos faunísticos del yacimiento indica que esto es falso ya que hemos documentado otros mamíferos domésticos, entre los cuales destaca la oveja, que es la especie más abundante. También se ha documentado restos de animales salvajes: armadillos y vizcachas en mayor número de restos, así como aves”.

“En Fortín Otamendi, el ganado vacuno, que debería ser oficialmente el aporte energético prioritario para la guarnición según relatan las fuentes oficiales, es escaso y sólo llegaban al fortín como mucho el 50% de las reses, según este estudio preliminar.

Las vacas, o se quedaban por el camino en las estancias de los jefes militares o nunca salían, quizá se perdían, o los proveedores las cambiaban por ovejas (la especie más consumida en Otamendi, con 44 % de los restos identificados) beneficiándose con esta operación”.

Este desabastecimiento fue causa de que los soldados se dedicaran a otros quehaceres -consumir lo que anduviera cerca, y se les pusiese a tiro, aunque fuera de bola. Para suministrarse de carne suficiente además de comer oveja, vacuno, equino y cerdo cazaron peludo, mulita, vizcacha, liebre, gato, aves diversas, etc. tal y como cuentan algunas fuentes escritas no oficiales: “Cuando uno ve como yo he visto a estos nobles mártires supliendo con vizcachas, liebres, avestruces, perros, zorros y zorrinos” (Daza, 1975).

“La importancia relativa de la oveja en Otamendi coincide con el auge de la explotación lanar en la economía pampeana. En el momento histórico de ocupación efectiva del fortín estudiado, la lana llegó a ser el 46,2 % del total de las exportaciones argentinas”, concluye el informe.

Otras guarniciones

Un importante trabajo de investigación de Pedro Thill y Jorge Puig Doménech, da interesantísimos detalles de estas guarniciones en todo el territorio de la provincia. Y en el caso de nuestro distrito aporta información prácticamente desconocida por los juarenses.

En el Archivo Histórico de Geodesia de la provincia, consultamos esta investigación de Thill y Puig Doménech, de la que obtuvimos la siguiente información:

Fortín Calilun Kul

Si bien no existen antecedentes en cuanto a la fecha de su construcción, este Fortín, que también se lo denominaba como Culinlancul o Gualinancul según las constancias cartográficas de las mensuras, aparece en el año 1865, perteneciendo a la frontera Sur que estaba a cargo del Sargento Mayor Álvaro Barros. El origen del nombre provenía de la laguna y lomadas homónimas Kalilun Kul, en araucano es “faldeo de lomada” o “lomada muy suave”.

El Fortín estaba ubicado en cercanías del actual límite con Gonzáles Chaves entre la laguna y las lomadas señaladas. Por entonces las tierras pertenecían, en 1868, a Gregoria Valderrama de Hornos; pasaron en 1873 a Manuel Belgrano (no era el prócer) y desde 1879 a 1920 integraban la estancia “El Sol Argentino” de Mariano Roldán. Esta fracción, en la parte sur del establecimiento, es vendida a Pablo Saint en 1940.

Fortín “Cinco Lomas”

El 29 de octubre de 1858, el Jefe de la Frontera Sud, Teniente Coronel Ignacio Rivas, informó al Ministro de Guerra y marina, General José M. Zapiola, que se había construido un fortín en las “Cinco Lomas de Lara”, por ser un lugar ventajoso para las comunicaciones y la seguridad de la frontera, pues desde dicho punto podía observarse las invasiones de los indios.

En diciembre de 1858, el Prefecto Juan Elguera informaba al Ministro Zapiola, que el fortín mencionado estaba con sus edificaciones en buen estado. Además de nombrarlo Cinco Lomas de Lara, por ser Ramón Lara el propietario del terreno, se lo conocía con el nombre de Laguén-có o Lagüencó, que significa en araucano “aguada de propiedades medicinales”. Estaba ubicado a seis mil metros al oeste del arroyo Cinco Lomas sobre los médanos o cerrilladas, en el cuartel 5º de nuestro partido, en la propiedad de Elvira Urioste de Gómez Molina en 1894 y 1940 y de Juan Kissling en 1989.

Fortín “11 de Septiembre” o “Pescado”

En agosto de 1858, el Comandante de la Frontera Sud, Teniente Coronel Ignacio Rivas informa al Ministro Zapiola que se había establecido un fortín en las puntas del arroyo Pescado Castigado, para facilitar las comunicaciones y vigilar ese sector de la frontera. Para ello se habían librado las órdenes de pago por $ 3954 pasados por el jefe del Regimiento Sol de Mayo, de los gastos hechos en el Fortín “11 de Septiembre”. Además decía que las 11 carretas y los 6 carros estaban en muy mal estado y no fue posible llevar las maderas para dicho fortín. A fines de ese mes el Prefecto Elguera informaba que seguían a buen ritmo las obras del mencionado fortín.

Por otra parte Rivas solicita al general Zapiola 20 carpas para la tropa y 4 para oficiales a fin de alojar al personal hasta que se construyeran las cuadras y habitaciones correspondientes. En sus comienzos se lo llamó Fortín “Pescado”, por estar en inmediaciones del Pescado Castigado, pero luego  pasó a llamarse “11 de Septiembre” en conmemoración de la asonada que en 1852 derrocó al gobernador delegado de la provincia de Buenos Aires, General José María Galán, impuesto por el General Urquiza.

El Fortín estaba ubicado sobre el arroyo Pescado Castigado, al noreste, en el cuartel 3º de nuestro partido, sobre la propiedad de Nicolás, Rosa, Juan y José Lastra en 1865, herederos de José Lastra en 1891, Héctor y J. B. Chayer y Ducasse en 1940, y Los Corrales S.A. en 1989.

Fortín “Rivas”

Cuando el gobierno divide la frontera en cuatro departamentos, en mayo de 1860, el Sud quedó a las órdenes del Coronel graduado Ignacio Rivas. Entre 1860 y 1865 se instala el fortín “Rivas”. Su nombre tiene que ver con el del mencionado militar quien después de batirse en Caseros contra Rosas, sirvió a las ordenes de Mitre en Cepeda y Pavón, participó en la guerra del Paraguay y fue Comandante de la Frontera Sud hasta 1874.

La guarnición estaba ubicada a 100 metros de la Laguna “de Coronel”, en el cuartel 8º de nuestro partido, cerca del límite con Olavarría. Las tierras eran propiedad de Ceferino Peñalva en 1869, de Margarita D. de Corrales y Francisco Leys en 1875, Félix Pierri en 1880; Juana Anchorena de Elicabe en 1885, sucesión Manuela T de Bonifacio en 1921, Osvaldo Vicente Capurro y otros en 1940 y Haydee Arrastúa de Ares en 1989.

Fortín-Posta

Los autores de este interesante trabajo sobre los fortines, incluyen lo que denominan “Fortín-Posta”, afirmando que el 5 de agosto de 1866, el jede de Frontera Sud, teniente Coronel Antonio López Osornio informó al comandante general de armas, que había establecido cinco postas entre Tres Arroyos y Tandil, para facilitar la correspondencia, dada la necesidad que los despachos llegaran a destino con relativa rapidez, con motivo de los movimientos de los indios. Las postas fueron situadas en “Manantiales”, “Toscas”, “Quinto”, “Sauce” y “antes de llegar a lo de Buteler”. Las tres últimas pertenecen al partido de Juárez. En cuanto a su construcción, era un pequeño montículo con un rancho, rodeado por un foso.

“Quinto” se ubicaba entre los cuarteles 3º y 4º; “Sauce” estaba en el cuartel 4º a pocos kilómetros del actual ejido urbano en dirección este hacia Barker; el paraje era conocido con esa denominación que después adoptó la familia Udaquiola para el nombre de la estancia principal. Finalmente el fortín-posta que no tenía nombre y se lo identificaba como Antes de llegar a lo de Buteler, estaba en el cuartel 12º, muy cerca del límite con Tandil, detrás de las sierras de Barker.

 

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