14 jul 2021

Combate de San Antonio



En marzo de 1855 el cacique tehuelche Yanquetruz, elige como campo de sus correrías la extensa comarca de Tandil. Dueña de una rica ganadería y que cuenta con unos 3.000 habitantes. Durante ese año se abaten sobre los pobladores tandilenses varios malones. Dos de ellos, los principales, son dirigidos por Yanquetruz. La primera embestida se produce el 28 de marzo y dura hasta el 30, provocando gran consternación entre los pobladores del sudeste, los que se repliegan para salvar sus vidas y bienes. Cabe señalar que unos días antes había sido desguarnecido el Fuerte y no existía defensa. Los invasores saquean estancias y pulperías, mueren en la refriega, milicianos y voluntarios, y al retirarse se llevan muchos cautivos y cantidad de hacienda. El desaliento cunde y los vecinos, colonos y hacendados emigran a regiones más seguras.

En esos meses las indiadas señorean arrogantes por las llanuras bonaerenses, ufanas por sus repetidos triunfos sobre los cristianos.

Cantón San Antonio

Hacía poco tiempo que había surgido el “Cantón de San Antonio” ubicado en proximidades de la laguna de ese nombre (hoy intersección de ruta 3 y 86) el que en distintas ocasiones sirvió de asiento provisional de las fuerzas que llegaban de Azul, Tandil y Tapalqué. Cabe señalar que estos campos de San Antonio los había obtenido José Jerónimo Iraola en 1837 por la Ley de Enfiteusis, siendo de una extensión de doce leguas cuadradas.

El nombrado Iraola “pobló” los campos levantando una construcción, al lado de la laguna “San Antonio”, de donde surge la posterior denominación. Más adelante veremos que en 1860, en petitorio dirigido al Gobernador reclamando la posesión de esas tierras, Iraola manifiesta que su establecimiento fue arrasado en dos oportunidades por los indios, después de lo cual debió abandonar la estancia.

En realidad el nombre de “estancia” hace referencia a la extensión de la superficie y no a las instalaciones, ya que en ese sentido le queda un poco grande la denominación porque se trataba solo de un corral de palo a pique, perdido en la inmensidad de la planicie, al lado de uno que otro rancho, sin árboles ni resguardo de ninguna especie.

El establecimiento estaba al exterior de la línea de frontera del ejército de Buenos Aires, pero allí se encontraba un destacamento reducido al mando del Capitán González, y la jefatura de Frontera más inmediata era la del Sud, con asiento en Tapalqué, que ejercía el Coronel Emilio Mitre.

Juan Calfucurá
Juan Calfucurá

Una situación difícil

 El 8 de septiembre de 1855, el Coronel Mitre es informado que el Cantón San Antonio se encontraba en situación muy difícil, sitiado por fuerte indiada. Con el fin de auxiliar a las fuerzas del Capitán González, se dispuso que el Comandante Nicanor Otamendi al frente de 80 hombres, en su mayor parte de Tandil, y el Capitán Cayetano Ramos con 50 húsares concurrieran al lugar indicado.

Al aproximarse a la estancia San Antonio de Iraola, el comandante Otamendi advierte que las fuerzas indígenas son muy superiores a las suyas.  Sin perdida de tiempo comisiona al jefe de la 1ª Compañía de milicias de Tandil, capitán Luís Burgos De la Canal, un esforzado veterano en las luchas contra el indio, y a su asistente Juan Guayama, para que se trasladen a Azul para pedir refuerzos al General Manuel Hornos, el que está ocupado en organizar el Ejercito de Operaciones del Sud, con la intención de escarmentar a Calfucurá.

Cuando llega Otamendi a San Antonio no encuentra ni al Capitán González ni a sus tropas que se habían retirado.

La hoja biográfica número 16 del Museo Colonial e Histórico de la Provincia señala sobre el hecho que “.. al invadir los indios los campos cercanos a San Antonio, atacaron al Capitán González el día 8 de septiembre de 1855, quien contando con pocos elementos de defensa, mandó un parte al Jefe de Frontera del Azul, solicitando ayuda”.

Según el historiador Ernesto Monferrán, el general Hornos toma conocimiento que el Capitán González había salido con sus hombres a rastrillar las cercanías del paraje “La Media Luna”, cayendo en una emboscada donde los indios abatieron a sus hombres y llevaron al capitán al interior del desierto.

El 9 de septiembre, Yanquetruz y sus escuadrones merodean por la zona de Tandil. Tres días después, una partida de 400 lanzas que operaban en la primera posta del partido, a cuatro leguas del Fuerte, ya tenían en su poder 20.000 vacunos y una copiosa manada de yeguarizos.

El indio tehuelche (Yanquetruz) primo de Catriel, deseaba que lo dejaran pasar sin molestarlo, con esos animales arreados desde el Tandil y La Tinta, por el Cantón San Antonio, lugar al que habían llegado las fuerzas del Coronel Otamendi.

 El motivo del ataque

De acuerdo a testimonios escritos, dignos de crédito, Yanquetruz personalmente no albergaba un espíritu sanguinario. Valeroso, temerario, con ciertos rasgos de la cristiandad y acostumbrado a tratar de potencia a potencia con las autoridades, sabía respetar el valor ajeno. Por todo ello, al parecer, su intención fue la de evitar que corriera sangre. Obedeciendo a esos impulsos, el cacique se propone llegar a un acuerdo pues lo único que le interesa es retirarse con su botín. Con tal propósito -dice el escritor Liborio Justo- envía a tres jinetes, uno de ellos portando un trapo blanco debajo de la moharra de su lanza, señal de que venía con el propósito de parlamentar. Al hallarse cerca, desmontó y, dirigiéndose hacia la puerta que estaba cerrada, pidió en buen español hablar con el comandante.

Abierta la puerta el emisario entró mientras los otros dos permanecían afuera, aunque podían ver a su compañero en el desempeño de su comisión entre los palos del corral. Una vez adentro, el mensajero se acercó al comandante que le fue señalado y le entregó una carta que traía de parte del cacique Yanquetruz.

Otamendi, tan pronto como le fue entregada la misiva, la tomó violentamente y diciendo “¿Esto se contesta así!”, la rompió sin abrirla, arrojando los pedazos al suelo. Y luego volviéndose hacia un oficial que estaba cerca, le ordenó: “¡Estaquéelo, sargento!”. Y, antes que el mensajero de Yanquetruz pudiera adoptar cualquier medida de defensa, ya varios milicianos se le habían ido encima, reduciéndolo por la fuerza, al ver lo cual sus compañeros, que permanecían fuera del corral, huyeron para llevar la noticia de lo acontecido. La reacción de los indios no se hizo esperar. Enardecidos por el insulto, frenética y rabiosamente se lanzaron al ataque. La imprudencia de Otamendi resulta nefasta tanto para él como para su contingente.

 San Antonio de Iraola: La batalla

Mientras los mensajeros (Burgos de la Canal y Guayama) en busca de ayuda vuelan sorteando a los enemigos, el comandante Otamendi y su gente toman contacto con una gruesa columna de indios, capitaneada por Yanquetruz. Algunos informantes – dice el investigador Cuadrado Hernández - han expresado que constaba de unos 500 hombres de pelea, pero diversos autores hacen ascender a poco más de 2000. Hasta el mismo Emilio Mitre llegó a suponer que el cacique contaba con 4000 guerreros, algo imposible si se tiene en cuenta que Catriel, Cachul y Calfucurá, unidos, contaban tan solo con 1600 lanzas en la batalla de Sierra Chica.

Frente a frente ambos bandos, en la madrugada del 13 de septiembre comienzan las escaramuzas. Viéndose superado, el comandante Otamendi se encierra con su tropa en un corral de palo a pique de la estancia San Antonio de Iraola, ya una tapera, como muchas otras abandonadas ante los continuos embates indígenas.

La indiada enfurecida desmonta de sus corceles echándolos adelante para esquivar las balas y derribando la empalizada tomo por asalto la población. Se entabla entonces un cruento combate, cuerpo a cuerpo, en que los milicianos, aún inexpertos en el manejo de las carabinas y entorpecidos por sus propios caballos -al decir de Zeballos- resisten heroicamente a los bárbaros que, ya descontrolados y con ansias de vindicar a  su embajador estaqueado, siembran la muerte a golpes de lanzas, de puñales y boleadoras.

Guillermo E. Hudson, sobre este hecho cuenta que “Los caballos, enloquecidos de terror se atropellaban lanzándose contra los postes del corral golpeando y pisoteando a los hombres hasta que, desde el comandante hasta el último soldado, no quedó ni uno solo en pie. Fueron pisoteados y sofocados y llegaron a tener un fin desastroso bajo las patas de los caballos; los indios abrieron el corral dejando que los animales escaparan. Terminaron chuceando a los soldados moribundos despojándolos de sus ponchos y otros objetos que pudieran ser de valor”.

 Al cabo de la horrible refriega, el comandante Otamendi, con todos sus soldados queda sin vida, a excepción de uno que es hecho prisionero y otro, un trompa gravemente herido, dejado por muerto. Las bajas de los asaltantes son grandes, lo que da una idea de la horrenda carnicería.

Según el investigador Monferrán “la lucha se mantuvo hasta el mediodía siguiente en que rendidos de cansancio, los soldados fueron vencidos y pasados a cuchillo”.

Victorioso, Yanquetruz se lleva cerca de 8000 cabezas de ganado que con las 20.000 ya en su poder irá a negociar en Bahía Blanca, Patagones, el Chubut y la precordillera con contrabandistas chilenos.

Cuando vuelven el Capitán Burgos de la Canal y su asistente Guayama, ambos curtidos en las lides del desierto, llevando 187 soldados y abundantes municiones de refuerzo, a mitad de camino apresan a un indio por el que se enteran de la catástrofe de San Antonio de Iraola. Al llegar al lugar, el capitán hace formar a la tropa y, con la carabinas a la banderola y los sables desenvainados, rinden postrer homenaje a los caídos en la batalla, quienes son sepultados en el mismo lugar del hecho, donde estaba la población principal de Iraola, frente a la laguna, donde en la actualidad se levanta el casco de la Estancia San Antonio.

Posteriormente, una cautiva escapada de las tolderías declara haber oído a Yanquetruz  alabar la intrepidez del comandante Otamendi, añadiendo que el cacique sentía mucho la muerte del mencionado jefe  porque era muy guapo, pero que no pudo contener a sus lanzas,  a causa de que estaban enardecidos por el trato dado al enviado que iba a parlamentar.

Entre las víctimas de la luctuosa jornada, además del Comandante Otamendi, se identificó a los capitanes Ramos y Cayetano De la Canal, jefe de la 2ª Compañía de Milicias de Tandil; a su hijo el teniente 1º Pedro De la Canal y al alférez Casimiro Peralta, todos miembros de honorables familias.

 Los sucesos según Emilio Mitre
Coronel Emilio Mitre

El Comandante de la Frontera Sur, Emilio Mitre, el 20 de septiembre de 1855, fechada en Tapalqué, envía una comunicación al Ministro de Guerra, en la que detalla los sucesos de San Antonio de Iraola en los siguientes términos:

“Según los partes que había recibido, estaba tranquilo sobre las novedades de la Frontera cuando supe, por una nota del Juez de Paz de Azul, que los indios habían invadido por el Tandil, y pocas horas después otra del Juez de Paz de éste último punto en que me daba la misma noticia, añadiendo que la fuerza que había en San Antonio, estaba sitiada.

“Recibida esta noticia destaqué inmediatamente al Comandante Nicanor Otamendi con 80 hombres de su escuadrón y 50 Húsares al mando del Capitán Ramos hacia San Antonio. El 11 tuve parte del Comandante Otamendi de haber llegado a San Antonio donde no había encontrado fuerza alguna nuestra por haberse retirado ésta, y que las descubiertas que había mandado le habían traído parte sin novedad. 

El 13 a la tarde me comunicó el Juez de Paz de Azul que los indios habían vuelto a invadir, y esta noticia no me dejó ya duda que la invasión era formal, aunque extrañaba no haber recibido parte del Comandante Otamendi, por lo que presumí que los indios habían entrado por los campos del Perdido y dejando una guarnición en el Fortín de 200 hombres y una pieza de artillería, al mando del Coronel José M. Benavente, me puse en marcha a las 8 de la noche del día 13 con 700 caballos, 300 infantes y una pieza de artillería, con objeto de rodear la sierra campo afuera para pelear los indios a su salida, pero habiendo amanecido el día 14 sin que en los campos del Perdido, donde estaba, se viese movimiento ni rastro alguno, resolví marchar a San Antonio, pero una nueva nota que recibí del Juez de Paz de Azul en que comunicaba que con fecha 13 los indios andaban por el Arroyo de los Huesos, y que tenía fundados temores de que estos intentaran salir por Tapalqué, cosa muy posible, ganando la vuelta a la División, y habiendo sabido también que en San Antonio no me esperaba otro espectáculo que el de los cadáveres de nuestros compañeros (aquí Mitre confiesa conocer la suerte de Otamendi a través del Juez de Paz de Azul), sin que por allí se avistaran indios, resolví internarme para tener más facilidad de adquirir noticias de ellos y perseguirlos con la actividad que me fuera posible, y al llegar a La Barrancosa, supe que los indios andaban por San Román, por lo que me dirigí hacia allí, tomando por la punta del Arroyo de los Huesos y costeando este arroyo hasta la estancia mencionada, donde llegamos el día 15, sin que hubiéramos logrado avistar los indios a pesar de que habían andado en ese mismo terreno y a pesar  también de la rapidez de nuestra marcha; habíamos andado 30 leguas en 40 horas. En este último punto decidí hacer un alto para dar algún descanso a nuestros soldados y caballos, de lo que estaban muy necesitados, y mientras mandaban bomberos en todas las direcciones los cuales volvieron dándome partes sin novedad; los indios, pues, se habían retirado ya, por lo que determiné volver a cubrir la Frontera de Tapalqué para donde emprendí la marcha el día 17 por la mañana”. 

Los detalles del combate

Emilio Mitre, en su parte al Ministro de Guerra, cuenta el desarrollo del Combate de San Antonio de Iraola, basado en las declaraciones del sobreviviente de apellido Roldán, en los siguientes términos:

En parte que paso a V. S. de los movimientos que ha efectuado la División de mi mando, aviso a V. S.  La desgraciada pérdida del valiente Comandante Otamendi con sus bravos oficiales y soldados, ahora daré a V. S. algunos detalles sobre este lamentable suceso, que he tomado de un soldado de esta fuerza que mis partidas encontraron en el campo de La Barrancosa herido con cinco lanzadas.

“ Por lo que me ha dicho este soldado (se refiere a Roldán), los indios fueron sentidos como a la media noche del día 12, y al amanecer del 13 nuestros bravos se encontraron rodeados por todas partes; pero sin que decayese su ánimo. A pesar de la inmensa superioridad numérica del enemigo, resolvieron defenderse hasta el último trance dentro de su corral; los indios, para atacarlos en esta posición echaron pié a tierra y los cargaron con audacia, sin que los contuviera el fuego constante de nuestros tiradores, hasta llegar contra los mismos palos del corral, en donde hicieron varios portillos para entrar, lo que consiguieron, debido en gran parte al desorden que causó entre nuestros soldados el alboroto de los caballos que estaban encerrados dentro del mismo corral.

“El Comandante Otamendi, que defendía la puerta, fue de los primeros que murieron, y habiendo logrado algunos indios entrar dentro del corral, siendo cada vez mayor el desorden que causaban los caballos, el capitán Ramos que había quedado al mando de las fuerzas, mandó salir afuera, donde no pudo seguirlo dicho soldado, aunque después lo vio muerto al igual que a los demás compañeros”

“Esta noticia me la ha confirmado el mayor Lezcano, quien llegó a San Antonio pocas horas después del combate y vio que nuestros muertos estaban fuera y dentro del corral. Por lo que dejó dicho se puede calcular que las descubiertas del comandante Otamendi, no habían en el día descubierto a los indios, los cuales, probablemente permanecieron ocultos en algunos de los grandes bajos que hay en esos campos.

“Este suceso fatal ha facilitado a los indios dar un golpe con ventaja; pero también ha servido para mostrar el valor heroico de nuestros compañeros, valor que confío sabrá imitar la División del Sud, con la confianza de que no está lejos el día en que podamos vengar la sangre de los valientes de Otamendi y Ramos y demás oficiales soldados que han perecido en tan heroico como desgraciado combate”.

En San Antonio murieron todos los integrantes de las fuerzas de Otamendi (124) a excepción del nombrado soldado Roldán, que fue dejado por muerto en el lugar de la acción, y supuestamente un trompa de quien nada se supo ya que aparentemente fue llevada como prisionero por los indios; no obstante otra fuente señala que habría un tercer sobreviviente, José o Manuel Foutes, que vivió en Juárez en una casita ubicada en la actual Av. Zabalza y Moreno. Este dato aportado por Juan C. Vittor coincide con algunas informaciones de los jueces de Paz de Tandil y Azul.

“La noticia –dice Estanislao Zeballos en “Viaje al país de los Araucanos”- causó una sensación indescriptible. Fue desprendida una división de veteranos a San Antonio, para cumplir con los últimos deberes respecto de los mártires de la civilización; y al recoger los cadáveres para enterrarlos, debajo de una pila de cuerpos helados, partió un doloroso quejido; era el único soldado que a pesar de sus heridas sobrevivió a aquella jornada de desolación y muerte”.

El Cacique Yanquetruz había impuesto una vez más su audacia provocando dolor y grandes temores en los centros próximos como Tandil, cuyos vecinos hicieron llegar un comunicado al Gobierno pidiendo fusiles y municiones para defenderse.

Carta “confidencial” de Emilio Mitre

El enojo del Comandante de la Frontera Sur, Emilio Mitre, con los hechos previos a la batalla de San Antonio queda plasmado en una carta a su hermano Bartolomé donde señala: “Hemos tenido sucesos lamentables. Los indios han logrado robar por el Tandil; la fuerza que estaba allí de destacamento se ha dejado sorprender miserablemente, y no he tenido noticias de la invasión sino dos días después, y eso por el Juez de Paz de Tandil, pues el capitán que estaba al mando en ese punto no ha mandado hasta ahora ni un solo aviso, aunque sé que se ha retirado de San Antonio (se refería al Capitán González) donde se ha portado cobardemente. (…) Respecto al suceso de Otamendi, no estoy nada contento con la conducta de Machado, y no será difícil que de repente me obligue a tomar alguna medida severa. (…) Estoy muy preocupado con este suceso de indios; si el oficial de San Antonio hubiese tenido la vigilancia debida, estos en vez de conseguir robar, hubieran sufrido una derrota que sería de inmensos resultados; pero para desgracia del país, la mayor parte de nuestros oficiales de caballería no son capaces de cuidar una gallina, aunque te prometo que con el ejemplar que pienso hacer, han de cumplir el servicio como se le ordene. No puedo decirte  que cantidad de hacienda habrán robado los indios, aunque según me ha dicho un peón de la estancia de Iraola, (que me ha dado muchos detalles respecto a la conducta de la tropa y oficiales) creo que pueden  ser de 6 a 8 mil cabezas de ganado, calculando la hacienda que había por esas inmediaciones”.

Confesión del fracaso

Hay que subrayar –dice el investigador Cuadrado Hernández- que todo lo ocurrido en la estancia San Antonio de Iraola y sus alrededores es en extremo confuso. Los partes oficiales, además de no ser muy claros, pecan de parcialidad para encontrar justificativos. A ello hay que agregar las exageraciones, las fantasías y el subjetivismo de algunos autores, los que han contribuido a oscurecer más los hechos. Es innegable que hubo actitudes de indecisión por parte del comandante general de la Frontera Sud, coronel Emilio Mitre. Indecisiones y tal vez negligencia. Así se desprende de una carta particular que envía desde Tapalquén, el 19 de septiembre, a su hermano, el ministro de Guerra y Marina, coronel Bartolomé Mitre, en la que confiesa:

 “Te mando parte de los últimos sucesos y por él verás que no he podido hacer nada, y que los indios se me han ido sin siquiera darles un pescozón, aún con riesgo de que ellos me lo hubieran dado a mí; es probable que si yo hubiera seguido mi marcha, campo afuera, hubiera dado con ellos, pero la nota que recibí del Juez de Paz de Azul me hizo temer por este Partido; por otra parte mis caballos ya iban aflojando mucho y si nos encontrábamos con los indios afuera, con nuestros caballos trasegados, quedaríamos postrados sin combatir y hubiéramos tenido que hacer una retirada que hubiera sido un gran triunfo para los indios; estas consideraciones me hicieron mucha fuerza y abandoné mi primera inspiración, que hubiera sido tal vez la acertada, aunque me iba a encontrar con 4 mil indios, y la verdad creo que tuve un poco de miedo; es por esto que creo conveniente que venga el general a tomar el mando; mis compañeros están conformes en que hemos hecho lo que debíamos, porque los caballos no nos iban a  dar nada, pues recién iban tomando fuerza, y si hubiéramos pasado un mes más hubiera estado perfectamente montado”.

De alguna manera, Emilio Mitre, quiso decir que pudo prestar ayuda a Otamendi y no lo hizo, al menos es lo que deducimos. En cuanto a Otamendi, es posible que incurriera en otras posturas irreflexivas como la de estaquear al emisario de Yanquetruz. Todo ello, indudablemente, precipitó el desastre.

Desde Azul – cuenta Sarramone en su libro “Catriel”- el 21 de septiembre, el estanciero Don Ramón Vitón, le escribía a su amigo el coronel Mitre: “La división del Sur, fuerte en decisión y valor no ha podido llenar su empeño, porque aunque contaba con numerosa caballada, el rigor de la estación se las ha destruido a término de dejarlas inservibles… Han muerto heroicamente… De estos, uno se quedó entre los muertos, se halla perfectamente atendido en este hospital y los médicos aseguran que se salvará; el otro, que era un trompa, aunque herido lo llevaron los indios prisionero… Aquí el primer elemento que se necesitan son caballos, sin los cuales nada se hará y menos pronto… Por una cautiva escapada, se sabe que los indios han tenido bastante pérdida entre muertos y heridos… Yanquetruz era el indio que capitaneaba la indiada; le dijo a la cautiva que todos los cautivos cristianos iban a entregarlos a Calfucurá y que él pasaría a Valdivia a negociar las haciendas con  los comerciantes chilenos, sus amigos… que había sentido mucho dejar matar a Otamendi, porque era muy guapo, pero que no pudo contener a los indios… También le dijo que Calfucurá quería cautivos cristianos para canjearlos por los que le había tomado Balde Benítez…”

En la información de Vitón se mencionan dos sobrevivientes aunque no se dan sus nombres. Siempre se ha dicho que era solo uno, el soldado Roldán que los indios dejaron por muerto en el terreno de combate.

Otra versión que sobre el tema aporta el Juez de Paz de Tandil, Carlos Darragueira, con fecha 27 de septiembre, afirma que fueron dos, pero lleva otro elemento de confusión.

“El Comandante Otamendi – dice el Juez Darragueira-  murió como un héroe; dos soldados salvados de esa carnicería me han informado detalladamente; el uno, herido, está aquí, salvado por un indio en pago de un servicio que le prestó hace algunos años, el otro está en Azul, herido también, y salvado pasando por muerto (Vitón dice que el segundo sobreviviente fue llevado  por los indios como prisionero); por estos dos sé que el Comandante Otamendi y el pobre negro Félix fueron los dos últimos en morir”. (Todos coinciden que fue de los primeros en caer, quedando la fuerza al mando del Capitán Ramos).

Darragueira entra en otros detalles que son de dudosa veracidad; además él estaba en Tandil, mientras que los supuestos sobrevivientes que le informaron uno estaba prisionero con los indios y el otro internado en Azul. Hay que coincidir con Mitre, en que fue uno solo el sobreviviente, ya que el otro, de haber existido, estaría en las tolderías, pero nunca se conocieron otras noticias que permitan su individualización.

Amplia repercusión

La derrota de San Antonio generó una gran impresión en la campaña del Sud y tuvo también una amplia repercusión nacional. A los pocos días del hecho los periódicos de Buenos Aires, “La Tribuna”, “El Nacional” y luego “El Orden” daban detalles del trágico combate. El suceso motivó muchos comentarios e interpelaciones en las cámaras legislativas, contestando el entonces ministro de Guerra Coronel Bartolomé Mitre, que era imposible vigilar cuatrocientas leguas de fronteras.

El Gobierno honró la memoria de las victimas de San Antonio el 24 de septiembre de 1855 con la Orden del día que señalaba que “el 13 de septiembre de 1855 murieron con gloria el valiente Comandante Nicanor Otamendi, el Capitán Ramos, los oficiales y tropa que lo acompañaron en aquella jornada. La humanidad y la civilización recordarán siempre con gratitud la memoria de tan deplorable pérdida. La patria reconoce sus importantes servicios prestados y los declara beneméritos entre sus hijos”. Asimismo el fortín Barrancosa cambió ese nombre por el de “Teniente Coronel Otamendi”

Al mes de la tragedia tuvieron lugar los funerales en la Catedral de Buenos Aires con honores militares. Entre los oficiales fallecidos en la batalla de San Antonio se encontraban Cayetano De la Canal de 42 años y Pedro De La Canal de 24, padre e hijo, capitán y teniente respectivamente, cuyos restos fueron sepultados en el cementerio de Magdalena.

No hay comentarios:

Publicar un comentario