En esos meses las indiadas señorean arrogantes por las llanuras bonaerenses, ufanas por sus repetidos triunfos sobre los cristianos.
Cantón San Antonio
El nombrado Iraola “pobló” los
campos levantando una construcción, al lado de la laguna “San Antonio”, de
donde surge la posterior denominación. Más adelante veremos que en 1860, en
petitorio dirigido al Gobernador reclamando la posesión de esas tierras, Iraola
manifiesta que su establecimiento fue arrasado en dos oportunidades por los
indios, después de lo cual debió abandonar la estancia.
En realidad el nombre de
“estancia” hace referencia a la extensión de la superficie y no a las
instalaciones, ya que en ese sentido le queda un poco grande la denominación
porque se trataba solo de un corral de palo a pique, perdido en la inmensidad
de la planicie, al lado de uno que otro rancho, sin árboles ni resguardo de
ninguna especie.
El establecimiento estaba al exterior de la línea de frontera del ejército de Buenos Aires, pero allí se encontraba un destacamento reducido al mando del Capitán González, y la jefatura de Frontera más inmediata era la del Sud, con asiento en Tapalqué, que ejercía el Coronel Emilio Mitre.
Juan Calfucurá |
Una situación difícil
Al aproximarse a la estancia San
Antonio de Iraola, el comandante Otamendi advierte que las fuerzas indígenas
son muy superiores a las suyas. Sin
perdida de tiempo comisiona al jefe de la 1ª Compañía de milicias de Tandil, capitán
Luís Burgos De
Cuando llega Otamendi a San
Antonio no encuentra ni al Capitán González ni a sus tropas que se habían
retirado.
La hoja biográfica número 16 del
Museo Colonial e Histórico de
Según el historiador Ernesto
Monferrán, el general Hornos toma conocimiento que el Capitán González había
salido con sus hombres a rastrillar las cercanías del paraje “
El 9 de septiembre, Yanquetruz y
sus escuadrones merodean por la zona de Tandil. Tres días después, una partida
de 400 lanzas que operaban en la primera posta del partido, a cuatro leguas del
Fuerte, ya tenían en su poder 20.000 vacunos y una copiosa manada de yeguarizos.
El indio tehuelche (Yanquetruz) primo de Catriel, deseaba que lo dejaran pasar sin molestarlo, con esos animales arreados desde el Tandil y
El
motivo del ataque
De acuerdo a testimonios
escritos, dignos de crédito, Yanquetruz personalmente no albergaba un espíritu
sanguinario. Valeroso, temerario, con ciertos rasgos de la cristiandad y
acostumbrado a tratar de potencia a potencia con las autoridades, sabía
respetar el valor ajeno. Por todo ello, al parecer, su intención fue la de
evitar que corriera sangre. Obedeciendo a esos impulsos, el cacique se propone
llegar a un acuerdo pues lo único que le interesa es retirarse con su botín.
Con tal propósito -dice el escritor Liborio Justo- envía a tres jinetes, uno de
ellos portando un trapo blanco debajo de la moharra de su lanza, señal de que
venía con el propósito de parlamentar. Al hallarse cerca, desmontó y,
dirigiéndose hacia la puerta que estaba cerrada, pidió en buen español hablar
con el comandante.
Abierta la puerta el emisario
entró mientras los otros dos permanecían afuera, aunque podían ver a su
compañero en el desempeño de su comisión entre los palos del corral. Una vez
adentro, el mensajero se acercó al comandante que le fue señalado y le entregó
una carta que traía de parte del cacique Yanquetruz.
Otamendi, tan pronto como le fue entregada la misiva, la tomó violentamente y diciendo “¿Esto se contesta así!”, la rompió sin abrirla, arrojando los pedazos al suelo. Y luego volviéndose hacia un oficial que estaba cerca, le ordenó: “¡Estaquéelo, sargento!”. Y, antes que el mensajero de Yanquetruz pudiera adoptar cualquier medida de defensa, ya varios milicianos se le habían ido encima, reduciéndolo por la fuerza, al ver lo cual sus compañeros, que permanecían fuera del corral, huyeron para llevar la noticia de lo acontecido. La reacción de los indios no se hizo esperar. Enardecidos por el insulto, frenética y rabiosamente se lanzaron al ataque. La imprudencia de Otamendi resulta nefasta tanto para él como para su contingente.
San Antonio de Iraola: La
batalla
Mientras los mensajeros (Burgos
de
Frente a frente ambos bandos, en
la madrugada del 13 de septiembre comienzan las escaramuzas. Viéndose superado,
el comandante Otamendi se encierra con su tropa en un corral de palo a pique de
la estancia San Antonio de Iraola, ya una tapera, como muchas otras abandonadas
ante los continuos embates indígenas.
La indiada enfurecida desmonta
de sus corceles echándolos adelante para esquivar las balas y derribando la
empalizada tomo por asalto la población. Se entabla entonces un cruento
combate, cuerpo a cuerpo, en que los milicianos, aún inexpertos en el manejo de
las carabinas y entorpecidos por sus propios caballos -al decir de Zeballos-
resisten heroicamente a los bárbaros que, ya descontrolados y con ansias de
vindicar a su embajador estaqueado, siembran
la muerte a golpes de lanzas, de puñales y boleadoras.
Guillermo E. Hudson, sobre este
hecho cuenta que “Los caballos, enloquecidos de terror se atropellaban
lanzándose contra los postes del corral golpeando y pisoteando a los hombres
hasta que, desde el comandante hasta el último soldado, no quedó ni uno solo en
pie. Fueron pisoteados y sofocados y llegaron a tener un fin desastroso bajo
las patas de los caballos; los indios abrieron el corral dejando que los
animales escaparan. Terminaron chuceando a los soldados moribundos despojándolos
de sus ponchos y otros objetos que pudieran ser de valor”.
Al cabo de la horrible refriega, el comandante
Otamendi, con todos sus soldados queda sin vida, a excepción de uno que es
hecho prisionero y otro, un trompa gravemente herido, dejado por muerto. Las
bajas de los asaltantes son grandes, lo que da una idea de la horrenda
carnicería.
Según el investigador Monferrán
“la lucha se mantuvo hasta el mediodía siguiente en que rendidos de cansancio,
los soldados fueron vencidos y pasados a cuchillo”.
Victorioso, Yanquetruz se lleva
cerca de 8000 cabezas de ganado que con las 20.000 ya en su poder irá a
negociar en Bahía Blanca, Patagones, el Chubut y la precordillera con
contrabandistas chilenos.
Cuando vuelven el Capitán Burgos
de
Posteriormente, una cautiva
escapada de las tolderías declara haber oído a Yanquetruz alabar la intrepidez del comandante Otamendi,
añadiendo que el cacique sentía mucho la muerte del mencionado jefe porque era muy guapo, pero que no pudo
contener a sus lanzas, a causa de que
estaban enardecidos por el trato dado al enviado que iba a parlamentar.
Entre las víctimas de la
luctuosa jornada, además del Comandante Otamendi, se identificó a los capitanes
Ramos y Cayetano De
Los
sucesos según Emilio MitreCoronel Emilio Mitre
El Comandante de
“Según
los partes que había recibido, estaba tranquilo sobre las novedades de
“Recibida esta noticia destaqué inmediatamente al Comandante Nicanor Otamendi con 80 hombres de su escuadrón y 50 Húsares al mando del Capitán Ramos hacia San Antonio. El 11 tuve parte del Comandante Otamendi de haber llegado a San Antonio donde no había encontrado fuerza alguna nuestra por haberse retirado ésta, y que las descubiertas que había mandado le habían traído parte sin novedad.
El
Los detalles del combate
Emilio Mitre, en su parte al
Ministro de Guerra, cuenta el desarrollo del Combate de San Antonio de Iraola,
basado en las declaraciones del sobreviviente de apellido Roldán, en los
siguientes términos:
“En parte que paso a V. S. de los movimientos que ha efectuado
“ Por lo que me ha dicho este
soldado (se refiere a Roldán), los indios fueron sentidos como a la media noche
del día 12, y al amanecer del 13 nuestros bravos se encontraron rodeados por
todas partes; pero sin que decayese su ánimo. A pesar de la inmensa
superioridad numérica del enemigo, resolvieron defenderse hasta el último
trance dentro de su corral; los indios, para atacarlos en esta posición echaron
pié a tierra y los cargaron con audacia, sin que los contuviera el fuego
constante de nuestros tiradores, hasta llegar contra los mismos palos del
corral, en donde hicieron varios portillos para entrar, lo que consiguieron,
debido en gran parte al desorden que causó entre nuestros soldados el alboroto
de los caballos que estaban encerrados dentro del mismo corral.
“El Comandante Otamendi, que
defendía la puerta, fue de los primeros que murieron, y habiendo logrado
algunos indios entrar dentro del corral, siendo cada vez mayor el desorden que
causaban los caballos, el capitán Ramos que había quedado al mando de las
fuerzas, mandó salir afuera, donde no pudo seguirlo dicho soldado, aunque
después lo vio muerto al igual que a los demás compañeros”
“Esta noticia me la ha
confirmado el mayor Lezcano, quien llegó a San Antonio pocas horas después del
combate y vio que nuestros muertos estaban fuera y dentro del corral. Por lo
que dejó dicho se puede calcular que las descubiertas del comandante Otamendi,
no habían en el día descubierto a los indios, los cuales, probablemente
permanecieron ocultos en algunos de los grandes bajos que hay en esos campos.
“Este suceso fatal ha facilitado
a los indios dar un golpe con ventaja; pero también ha servido para mostrar el
valor heroico de nuestros compañeros, valor que confío sabrá imitar
En San Antonio murieron todos
los integrantes de las fuerzas de Otamendi (124) a excepción del nombrado
soldado Roldán, que fue dejado por muerto en el lugar de la acción, y
supuestamente un trompa de quien nada se supo ya que aparentemente fue llevada
como prisionero por los indios; no obstante otra fuente señala que habría un
tercer sobreviviente, José o Manuel Foutes, que vivió en Juárez en una casita
ubicada en la actual Av. Zabalza y Moreno. Este dato aportado por Juan C.
Vittor coincide con algunas informaciones de los jueces de Paz de Tandil y
Azul.
“La noticia –dice Estanislao
Zeballos en “Viaje al país de los Araucanos”- causó una sensación
indescriptible. Fue desprendida una división de veteranos a San Antonio, para
cumplir con los últimos deberes respecto de los mártires de la civilización; y
al recoger los cadáveres para enterrarlos, debajo de una pila de cuerpos
helados, partió un doloroso quejido; era el único soldado que a pesar de sus
heridas sobrevivió a aquella jornada de desolación y muerte”.
El Cacique Yanquetruz había impuesto una vez más su audacia provocando dolor y grandes temores en los centros próximos como Tandil, cuyos vecinos hicieron llegar un comunicado al Gobierno pidiendo fusiles y municiones para defenderse.
Carta “confidencial” de Emilio Mitre
El enojo del Comandante de
Confesión del fracaso
Hay que subrayar –dice el
investigador Cuadrado Hernández- que todo lo ocurrido en la estancia San
Antonio de Iraola y sus alrededores es en extremo confuso. Los partes
oficiales, además de no ser muy claros, pecan de parcialidad para encontrar
justificativos. A ello hay que agregar las exageraciones, las fantasías y el
subjetivismo de algunos autores, los que han contribuido a oscurecer más los
hechos. Es innegable que hubo actitudes de indecisión por parte del comandante
general de
“Te mando parte de los últimos sucesos y por
él verás que no he podido hacer nada, y que los indios se me han ido sin
siquiera darles un pescozón, aún con riesgo de que ellos me lo hubieran dado a
mí; es probable que si yo hubiera seguido mi marcha, campo afuera, hubiera dado
con ellos, pero la nota que recibí del Juez de Paz de Azul me hizo temer por
este Partido; por otra parte mis caballos ya iban aflojando mucho y si nos
encontrábamos con los indios afuera, con nuestros caballos trasegados,
quedaríamos postrados sin combatir y hubiéramos tenido que hacer una retirada
que hubiera sido un gran triunfo para los indios; estas consideraciones me
hicieron mucha fuerza y abandoné mi primera inspiración, que hubiera sido tal
vez la acertada, aunque me iba a encontrar con 4 mil indios, y la verdad creo que tuve un poco de miedo;
es por esto que creo conveniente que venga el general a tomar el mando; mis
compañeros están conformes en que hemos hecho lo que debíamos, porque los
caballos no nos iban a dar nada, pues
recién iban tomando fuerza, y si hubiéramos pasado un mes más hubiera estado
perfectamente montado”.
De alguna manera, Emilio Mitre,
quiso decir que pudo prestar ayuda a Otamendi y no lo hizo, al menos es lo que
deducimos. En cuanto a Otamendi, es posible que incurriera en otras posturas
irreflexivas como la de estaquear al emisario de Yanquetruz. Todo ello,
indudablemente, precipitó el desastre.
Desde Azul – cuenta Sarramone en
su libro “Catriel”- el 21 de septiembre, el estanciero Don Ramón Vitón, le
escribía a su amigo el coronel Mitre: “La división del Sur, fuerte en decisión
y valor no ha podido llenar su empeño, porque aunque contaba con numerosa
caballada, el rigor de la estación se las ha destruido a término de dejarlas
inservibles… Han muerto heroicamente… De estos, uno se quedó entre los muertos,
se halla perfectamente atendido en este hospital y los médicos aseguran que se
salvará; el otro, que era un trompa, aunque herido lo llevaron los indios
prisionero… Aquí el primer elemento que se necesitan son caballos, sin los
cuales nada se hará y menos pronto… Por una cautiva escapada, se sabe que los
indios han tenido bastante pérdida entre muertos y heridos… Yanquetruz era el
indio que capitaneaba la indiada; le dijo a la cautiva que todos los cautivos
cristianos iban a entregarlos a Calfucurá y que él pasaría a Valdivia a
negociar las haciendas con los
comerciantes chilenos, sus amigos… que había sentido mucho dejar matar a
Otamendi, porque era muy guapo, pero que no pudo contener a los indios… También
le dijo que Calfucurá quería cautivos cristianos para canjearlos por los que le
había tomado Balde Benítez…”
En la información de Vitón se
mencionan dos sobrevivientes aunque no se dan sus nombres. Siempre se ha dicho
que era solo uno, el soldado Roldán que los indios dejaron por muerto en el
terreno de combate.
Otra versión que sobre el tema
aporta el Juez de Paz de Tandil, Carlos Darragueira, con fecha 27 de
septiembre, afirma que fueron dos, pero lleva otro elemento de confusión.
“El Comandante Otamendi – dice
el Juez Darragueira- murió como un
héroe; dos soldados salvados de esa carnicería me han informado detalladamente;
el uno, herido, está aquí, salvado por un indio en pago de un servicio que le
prestó hace algunos años, el otro está en Azul, herido también, y salvado
pasando por muerto (Vitón dice que el segundo sobreviviente fue llevado por los indios como prisionero); por estos
dos sé que el Comandante Otamendi y el pobre negro Félix fueron los dos últimos
en morir”. (Todos coinciden que fue de los primeros en caer, quedando la fuerza
al mando del Capitán Ramos).
Darragueira entra en otros detalles que son de dudosa veracidad; además él estaba en Tandil, mientras que los supuestos sobrevivientes que le informaron uno estaba prisionero con los indios y el otro internado en Azul. Hay que coincidir con Mitre, en que fue uno solo el sobreviviente, ya que el otro, de haber existido, estaría en las tolderías, pero nunca se conocieron otras noticias que permitan su individualización.
Amplia repercusión
La derrota de San Antonio generó
una gran impresión en la campaña del Sud y tuvo también una amplia repercusión
nacional. A los pocos días del hecho los periódicos de Buenos Aires, “
El Gobierno honró la memoria de
las victimas de San Antonio el 24 de septiembre de 1855 con
Al mes de la tragedia tuvieron
lugar los funerales en
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