14 may 2021

SANTIAGO TRELLES: UN CURA INCURABLE

 

 Uno de los personajes que pertenecen a la historia de Juárez es, sin dudas, el Padre Santiago Trelles que durante 31 años estuvo al frente de la Parroquia, desde 1921 a 1952. Su desbordante personalidad, su forma tan particular de ejercer la tarea sacerdotal, aún hoy nos sorprendería.

Se podrían narrar de Trelles miles de episodios, a cuales más inauditos y aparentemente inverosímiles, pero que fueron protagonizados por él. Hasta sus hombres más cercanos eran críticos de su personalidad: “No tenía paz con nadie. Era un hombre muy difícil, reaccionaba con mucha vehemencia”, decían sus colaboradores.

El diario Crónica lo describía como un hombre “Fuerte, grandote, medía 1,92 metros y pesaba 110 kilos, todo músculos. Solía pelearse con muchos políticos y ganar siempre. Sus brazos y puños generalmente lastimaban a los rivales y enemigos personales. Sus rezos a favor de la Virgen eran famosos, con su vozarrón gritaba su amor cristiano, como era capaz de mantenerse toda la noche en vela si uno de sus feligreses caía enfermo. El Padre Trelles era toda una personalidad, llena de fe y capaz de hacer buenos negocios materiales que luego beneficiaban a sus pobres del pueblo”.

Botana habla de Trelles

Helvio Botana, hijo de quien fuera el fundador del Diario Crítica (Natalio Botana), en su libro “Memorias” reconstruye episodios de la vida del cura Santiago Trelles. El autor refiriéndose a un momento especial en su vida comenta que sintió la necesidad espiritual de acercarse a Dios.

Dice Botana: “Precisaba un cura a mi medida y así fue como una madrugada llamé al pueblo de Juárez al cura Santiago Trelles, jugador, borracho y pendenciero; pero santo. Más que santo, humano. Me quiso convencer que debía buscar algo de mayor jerarquía, por lo menos un obispo. Nos “carajeamos” de lo lindo. Finalmente convino que dada mi humanidad tan conflictuada era lógico que quisiera entrar por la puerta de servicio”.

“Gastó minutos en preparar su valija y en tiempo record vino a la capital. Quiso bautizarme en El Salvador, pues yo tenía y tengo por San Ignacio de Loyola una profunda admiración heredada por las charlas que tuve con mi padre. Ignoraba que no era Parroquia y tuve que aceptar la Iglesia de San Ignacio”.

 “Don Santiago Trelles – dice Botana- era un cura gallego dueño, por herencia, del célebre balneario “La Toja” de su tierra natal que valía una fortuna. Por su familia, por su posición, estaba destinado a la carrera eclesiástica. Lo habían preparado para ser Párroco. De inmediato demostró su incapacidad para trepar a las altas jerarquías. Vino a la Argentina y lo enviaron a Rauch para comprobar la veracidad de una denuncia sobre un anciano cura, de una alejada capilla, que convivía con una mujer. Llegó bajo un diluvio en un sulky; lo llevaron a las afueras hasta una tapera con una cruz en alto”.

“Un solo ambiente dividido en dos por una cortina de bolsas de arpillera. Delante había un pobrísimo altar. Corrió la cortina donde había un catre con una viejita que dormía en él y en un rincón frente a una hornalla hecha con latas de kerosén, un viejito de sotana cocinaba dos chorizos.

Don Santiago no miró hacia el catre sino que se dirigió al viejo, preguntándole qué hacía, y la respuesta fue que dos chorizos, porque era lo más barato que había, dos por cinco centavos.

Trelles lo cobijó bajo su brazo y en el sulky lo llevó a comer al pueblo. Se emborrachó con él y le dejó unos pesos para que se hiciera otro rancho. El informe que presentó decía: “Si quieren que un viejo no se caliente con culos mándele frazadas”.

Empresario y “burrero”

Santiago Luís Trelles, era doctor en Derecho Canónico y hombre de negocios prácticos como socio accionista de un sanatorio, una compañía de transportes, una empresa de arcilla y de un tradicional hotel de la Avenida de Mayo (Hotel Castelar), donde solía reunirse con sus compatriotas a tomar vino y a recordar anécdotas. El diario Tribuna, enfrentado con el sacerdote, afirmaba que “haciendo abandono de la parroquia vive una triste celebridad licenciosa, en los hoteles de la Avenida de Mayo, en frecuentes festines de Pantagrüel y en libaciones de trasnochado. Esto señor es “vox populi, vox Dei”, concluía el diario local.

Tenía también caballos de carrera que lo montaban prestigiosos jockey de los hipódromos capitalinos. Elías “Yacaré” Antúnez, figura importante del turf que en 1937/38, era amigo de Trelles, y su jockey preferido. El recordado Enrique Stramazzo nos contó que en una oportunidad en que Antúnez había ganado una carrera, en la que había apostado el cura a su caballo, llama a la parroquia en momentos en que estaban almorzando Trelles y sus amigos. Tras saludarlo y comentar el triunfo, Antúnez le pide a Stramazzo que le diga al cura que no les sirva el vino con la botella cubierta (la trampa era que no quería que supieran que el vino que él tomaba era de una calidad superior), a lo que Trelles responde: “Dile a Antúnez que se vaya a la puta que lo parió”.

El Obispo le recriminó que era carrerista y el cura le respondió. “¿Quién le ha dicho que es pecado?, es un silicio no se acierta ninguno”.

La relación de Trelles con el dinero no era la habitual de un sacerdote. Antonio Glorioso, (Director del diario Tribuna) en los estrados judiciales afirmó que “en la época de más aguda crisis ejecutó a quienes tenían hipotecados campos y propiedades, con acumulación de intereses sobre intereses con un afán digno del más crudo materialismo comercial. Hay constancia en los tribunales de esta ciudad. Un sacerdote dedicado a los negocios de la especulación con la usura es una flagrante inmoralidad que no tiene precedentes”.

Caso Saibene

Fue muy comentado el enfrentamiento con el Dr. Miguel Saibene. “Anduvo en mil entreveros - escribe Botana - , pero nunca contra canon alguno de la Iglesia. Una tarde en su pueblo de Juárez, por un entredicho nunca aclarado, mezcla de política e intereses, golpearon a la puerta de la casa parroquial; al abrirla le dispararon varios tiros a quemarropa”.

“Uno solo le tocó; pegó en el botón de acero de su cuello postizo, resbaló por el cuello duro y le penetró bajo la piel de la nuca, de donde Don Santiago se la sacó de un tirón. “Acudí a verlo y lo encontré muy triste, pues consideraba ese hecho como un llamado de atención para la expiación de sus pecados, y luego de un momento de reflexión comentó “y me tiró estando yo desarmado”.

La de Botana es la versión de los hechos dada por Trelles; en el pueblo había muchos rumores, no obstante el más veraz es encuadrar la disputa en un problema de carácter religioso, puesto que el hermano de Saibene era sacerdote y las influencias de Trelles habrían afectado su carrera, por lo que intentó una venganza. El grave suceso ocurrió, cuando el odontólogo fue a la casa de Trelles, ubicada en Belgrano y M. Roldán y le disparó un tiro.

La información policial señalaba que el Dr. Saibene había concurrido en horas del mediodía al domicilio del sacerdote y que “al llamar a la puerta fue atendido por el cura Trelles, produciéndose inmediatamente varias detonaciones de armas de fuego”. Agrega que el cura fue conducido al sanatorio, donde se constata una herida de bala en el cuello con orificio de salida. Ante la autoridad policial, Saibene manifestó que al concurrir a la casa del cura por un cuestión personal, le apuntó con un revolver hizo disparos con alguno de los cuales lesionó a Trelles, agregando que el cura también usó su revolver sin dar en el blanco.

Saibene fue detenido al igual que el chofer de Trelles, Miguel Finelli, porque también habría efectuado disparos contra el odontólogo.

La crónica periodística del diario Tribuna, cataloga el hecho como “… un episodio de los tantos en que la figura central ha sido la del nombrado fraile. La población de Juárez ya no se hace cruces por los acontecimientos que provoca el personaje, se ha resignado a aceptarlo tal como es, con su mentalidad y con su temperamento…”

Contra los socialistas y otros…

 Para Trelles, si había un enemigo que estaba bien definido era el Partido Socialista. Ya cuando lanza su periódico “El Ideal”, afirmaba que estaba abierto a todos los sectores de la comunidad, pero no a los socialistas a quienes consideraba “un partido esencialmente antirreligioso, lo que nos pone en el imprescindible deber de combatirlos sin tregua ni descanso, frente a frente”.

En un acto del socialismo juarense, se subió al palco en la esquina de Giarratano (Chacabuco y Urquiza), e hizo una arenga en contra por lo que lo bajaron a empujones y le dieron un culatazo con un revolver; se fue caminando y sangrando hasta el sanatorio gritando “Coño, esta es la sangre de Cristo”.

Otra de las afirmaciones de Helvio Botana en su libro, es la que hace referencia a sus andadas por Buenos Aires, donde también su comportamiento no era el habitual de un sacerdote: “Don Santiago a veces solía andar “calzado”. Fue así que al salir del restaurant “El Tropezón” de la calle Callao, vio venir una manifestación socialista encabezada por don Alfredo Palacios. Sacó un revólver, empuñó su paraguas y a tiros y paraguazos él solito la disolvió”.

En su periódico El Ideal, también criticaba con fuerte tono a la dirigencia peronista, lo que le valió un violento altercado con el entonces senador Eduardo Carvajal. “Era a la vez simpático e inteligente. Sabía escribir pero no sabía moderarse, lo que le valió tres juicios, provocados por él e iniciados por él y que paradójicamente, se rotulaban “querella por calumnias e injurias” señalaba Carvajal.

Era hombre del caudillo Pedro Díaz Pumará, pero alguna vez también lo enfrentó. En 1940 sacó al Comisario Eulogio Bengochea y lo puso de Comisionado Municipal.

Según sectores de la prensa local, a la muerte del caudillo Pumará, Trelles acarició la ilusión de instituirse en su heredero político. Este es el origen del divorcio con las autoridades oficialistas de Juárez. “El Intendente – decía Tribuna - con la solidaridad de sus amigos políticos pusieron un dique a sus pretensiones. Por eso lo ha difamado en periódicos y desde el púlpito, por eso lo ha llamado comunista; por eso agravió con un desaire a su señora esposa en ocasión de una ceremonia pública”.

El Templo en llamas

El incendio de la Iglesia, registrado el 15 de febrero de 1930, fue un hecho que conmovió a la comunidad y sus causas generaron demasiadas sospechas. La irritación de los vecinos era muy grande. “La quemó el cura para sacar el oro” decía la gente. Los más benévolos hablaban de la caída de un candelabro encendido sobre las telas del altar. Nunca se supo la verdad.

Sí, se denunciaron anomalías en el manejo de fondos para la reconstrucción del Templo. Tribuna afirmaba que Trelles “se había distanciado de la honorable comisión vecinal (que recaudaba el dinero), en virtud de que con turbios propósitos, logró manejar la faz económica, sin rendir cuentas de entradas y salidas. En uno de sus cáusticos sermones criticó, con nombre y apellido, a un vecino que había propuesto que la lista de contribuyentes para reconstruir la iglesia sea encabezada por Trelles que era un fraile millonario.

Cuando tenía preso a algún amigo, generalmente por problemas políticos, el cura los visitaba y les llevaba una botella de whisky escondida bajo la sotana. Un día lo descubrieron y armó un verdadero revuelo en la Comisaría. El jefe de la seccional discutiendo con Trelles le dijo: “Si yo voy a la sacristía y hago un escándalo como el que Ud. me hizo en la comisaría usted que hace...?”. “Yo lo cago a patadas”, dijo Trelles.

Más que Procesión, un calvario

Las técnicas para sumar feligreses mostraban un carácter compulsivo. Eran famosas las actitudes de Trelles durante la procesión por las calles del pueblo, ya que a los empujones sumaba a los espectadores de la manifestación religiosa, en donde más de una vez terminaba en una pelea. Un oficial de policía al verlo actuar dijo “este cura se equivocó de carrera, debió ser policía”.

También dentro del templo imponía sus reglas. Para evitar que los fieles, escandalizados por sus sermones huyeran despavoridos, antes de empezar la misa, clausuraba la puerta de salida del templo, para evitar el desbande de damas y niñas.

El cuadro tarifario de sus oficios religiosos no era para cualquiera. Afirman que se registraron casos de tres mil pesos por un funeral, mil pesos por una misa, lo que motivaran la protesta de familias de acendrada fe católica y que eran sostenedores morales y materiales de la iglesia.

No lo podían echar

Trelles tenía relaciones políticas muy grandes a nivel nacional y también en la Iglesia, ya que a pesar de su conducta y los intentos de echarlo de Juárez, permaneció más de tres décadas. Cuando se hizo una reunión, en el entonces Cine Italiano, para pedir el traslado se les apareció en la sala a los gritos. Lo pudieron calmar pero no pudieron echarlo. Además no dudaba el cura en injuriar públicamente, con nombre y apellido a quienes firmaban el documento pidiendo su alejamiento.

Estos cuestionamientos que le hacía la comunidad a la conducción del sacerdote, motivó que el Obispo enviara un delegado para inspeccionar su conducta. “Trelles –cuenta Botana- lo recibió con una gran fiesta con baile, donde vuelto a su inocencia juvenil, bailó jotas y muñeiras. Como el prelado inspector se retirara indignado, se esforzó en convencerlo que no había nada de pecaminoso en lo que hacía. En ese momento cayó en la tentación, debido a que debía bajar los escalones y ante tan buena posición no pudo menos que pegarle una soberana patada en el culo”.

Trelles se llevaba mal con Tribuna

La particular forma de ejercer la tarea pastoral, llevaba al Padre Santiago Trelles a permanentes enfrentamientos y conflictos. Las críticas de la prensa, en este caso el Diario Tribuna, lo pusieron de mal humor llegando a iniciar un juicio por calumnias e injurias al director de ese medio Don Antonio Glorioso, quien en su defensa ante la justicia, disparó duras acusaciones contra el sacerdote, que plasmó en su publicación del 5 de agosto de 1937.

“Censuramos al fraile Trelles, -decía el periodista- cuando en su último viaje a España, con esplendidez de millonario, en un diario de Galicia afrentaba a la sociedad de Juárez en un reportaje y a la que trataba poco menos que integrada por entes inferiores y deformados espiritual y moralmente”.

 “… cuando con arrestos de Moreira tenía, con el Jesús en la boca, a los buenos y pacíficos frailes que impartían educación en el Colegio de la Sagrada Familia, contiguo a la iglesia. Tuvo que intervenir la policía en varias ocasiones, como cuando apaleó al teniente cura Sánchez.

 “… cuando doña María Guibelalbe de Balderrain le confió cinco mil pesos para obras de caridad evangélica y se apropió de ellos, al destinarlo al colegio San José de su propiedad, un colegio que careció siempre de disciplina y eficacia educativa, tanto que desapareció sin pena ni gloria por falta de alumnos”.

 “… porque su mentalidad lo lleva a presuponer que por un plato de lentejas se pueden corromper conciencias. A su mesa ha sentado y sienta personas con ese fin que, al conocer los sombríos propósitos se han distanciado y lo han censurado agriamente”.

“… cuando en ocasión de de la visita a Juárez de Monseñor Cesar Cáneva, asumió actitudes anarquizantes con toda la honorable comisión vecinal a quien no pudo supeditar a sus descabellados y antojadizos caprichos y con la cual se distanció en forma irreconciliables”.

 “Por estas ya fundadas razones y por otras de carácter privado que me reservo ya que no quiero perturbar la paz espiritual de personas de Juárez con las cuales comparto una vida de vínculos afectivos y cordiales, por todo esto señor Juez, lo hemos censurado” concluyó Glorioso.

El Cura Trelles espía de Perón

Sorprende un artículo aparecido en el diario Crónica, de la capital federal, en su edición del 2 de marzo de 1982, bajo el título “El heroico sacerdote que hizo de espía para que Perón intentara tener la bomba atómica”. La nota señala que el Presidente Juan Domingo Perón, buscaba su propia salida estratégica equidistante de los dos imperialismos crecientes. La llamada “Tercera posición” propagada por Buenos Aires, molestaba a los Estados Unidos porque podía contagiar a otros países de América Latina.

Perón analizó varias fichas de científicos germanos, los pocos que quedaban fuera de las manos de Moscú y las de Washington. Un austriaco le llamó la atención: Ronald Richter, investigador sobre la energía termonuclear, quien entonces viajaba de Inglaterra hasta Holanda con visitas esporádicas a Berlín. Los británicos no sabían qué hacer con tantos científicos germanos. Buscaban su propia bomba atómica como salvaguarda de su decaído imperio, pero carecían de los mejores expertos, que ya estaba en manos de los norteamericanos y los rusos.

La nota afirma que Perón ordenó a uno de sus ayudantes: “¡Vaya hasta Juárez y tráigame al Padre Trelles! Es un cura grandote y dueño de una tozudez muy asturiana. ¡Tenga, aquí está la orden firmada y sellada!” Santiago Luís Trelles era el vicario de Juárez.

Un mensajero de la Casa Rosada llegó a la ciudad para informar sobre la convocatoria. Los ojos del sacerdote se fijaron en la firma de Perón y en el sello del documento. Con voz potente dijo: “¡Espéreme un minuto, recojo mis cosas y vamos!”.

En la residencia presidencial de Las Heras y Austria, Perón recibió a su amigo sacerdote y junto a un ex agente se encerraron en su escritorio. El General le explicó que tenía necesidad de que viajara a Francia, para buscar a un par de sabios y protegerlos, dado que como sacerdote no tenía antecedentes en los servicios de Inteligencia de los Aliados, podía moverse bajo el factor sorpresa, única ventaja de que una nación no desarrollada podía darse el lujo ante las poderosas organizaciones de los Estados Unidos y Gran Bretaña.

El padre Trelles regresó a Juárez, arregló sus cosas y volvió a Buenos Aires para entrevistarse con Perón por segunda vez. El Presidente le dio una serie de instrucciones, dinero, pasajes en barco para Francia y luego una carta credencial que decía en letras de oro: “A todo el cuerpo consular y diplomático argentino en el extranjero. Debe darse al presbítero, doctor Santiago Luís Trelles todo lo que necesite, pida y exija en cumplimiento de su misión que le ha sido encomendada por este gobierno”. La credencial no iba firmada por el canciller, sino por el propio General Perón.

Misión “Ave Fénix”

Perón le presentó al cura dos germanos. Uno de ellos hablaba correctamente el castellano, el otro utilizaba media lengua en español y francés, pero el padre Trelles conocía la lengua de Voltaire lo suficiente para entenderse.

En Dresden los recibió un contacto que les indicó las direcciones de los sabios germanos (eran cuatro) y luego los dos agentes y el cura siguieron hacia Francia. Una vez en París, el padre Trelles se acercó a la Catedral de Notre Dame y allí quedose fijo, salió apresuradamente y notó que lo vigilaban. Como su figura era demasiado obvia por su estatura acento, ordenó a uno de los agentes que lo acompañaban, que comprara cinco sotanas, una para Ronald Richter y las otras para sus ayudantes. La orden fue cumplida al pie de la letra. En el puerto de El Havre subieron cinco falsos sacerdotes rubicundos y otros tres vestidos de civil y de gran estatura. Dos días antes de llegar a Río de Janeiro, el padre Trelles caligrafió al embajador argentino: “El Ave Fénix cumplió”.

“Una vez en la capital de Brasil, el diplomático argentino conversó con el cura-agente y decidieron, dada la vigilancia cada vez más estrecha del Departamento de Estado y el FBI que tenía su central en Río, salir inmediatamente lejos del alcance de los espías yanquis. En el puerto los esperaba el barco Río Tercero, de la empresa de Dodero, con un agente del gobierno argentino. De pronto el cura Trelles vio a varios hombres (del FBI) cerca de la escalerilla. Hombre de decisiones rápidas, el cura gritó: “A la carga!”,y empujando a los cinco “sacerdotes” hacia el barco, empezó a repartir trompadas rápidamente. Los agentes del FBI quedaron en el suelo con sus rostros ensangrentados. El embajador asustado salió presuroso en su automóvil. Jamás había visto nada igual…”

La misión “Ave Fénix” había culminado. El sacerdote regresó a su pueblo bonaerense y las anécdotas se acumularon sobre su persona. Tenía demasiada personalidad y físico para poder disimular su vida”, concluye diciendo la nota de Crónica.

 Un triste final

En 1952 se fue de Juárez. En el ocaso de esa vida de desencuentros, comenzó su ruina; viejo, artero esclerótico, fue separado de su parroquia, de su casa, ya totalmente arruinado. En plena miseria fue protegido por un rematador que lo dejaba dormir en un sillón del escritorio.

De día andaba con su sotana raída y sucia por los boliches de Buenos Aires “pechando” para sus copas. Apoyado en su bastón, caminando a desesperantes pasitos cortos de un boliche a otro, donde por las copas, para burlarse de él, le exigían que zapateara. Lo hacía apoyado entre dos sillas, con los ojos llorosos por el senil esfuerzo, pero siempre sonriente, hasta que murió.

Santiago Trelles con Eduardo Carvajal y trabajadores rurales

El periodista Eduardo Carvajal, lo definió como un hombre que “nació y murió polemizando y no de cuestiones religiosas, sino sobre cosas y hechos de lo más insólitos, lo que pintaba de cuerpo entero la personalidad de Trelles que, indudablemente, había errado el camino al seguir la carrera sacerdotal, motivo de su constante perturbación mental. La primera e interminable polémica, la tuvo consigo mismo. Y murió sin haber acuerdo en su espíritu. La rebeldía le nacía por todos lados”.

Helvio Botana, arrepentido por “haber pagado mal su amistad”, en sus “Memorias” afirma que a Trelles “nunca le importó el dinero, pero sí el afecto y la ternura que le negué. Cuando murió, la gran puerta se abrió y entró bailando al cielo, sobrepasando estrellas, en cada paso marcado por el ritmo de las jotas y las gaitas divinales”.

 

 

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