10 jul 2021

Yanquetruz: Un Cacique distinto

El investigador y periodista Guillermo Cuadrado Hernández, nos revela detalles de la vida de este cacique que murió a los 27 años y que fue protagonista de las luchas entre aborígenes y cristianos en nuestro partido.

Yanquetruz, nombre indígena de distintos caciques, con muchas variantes no sería araucano, según Rodolfo Casamiquela. Sin embargo, bajo la forma de Llancathrur, en dicho idioma, deriva de llanca, piedrecilla cobriza, de color verde-azulejo y thrur, que significa hermoso, precioso, sin defecto. De manera que Llancathrur o Llanquetruz se traduciría por: piedra preciosa o piedrecita perfecta.

Con el nombre de Yanquetruz (o Llanquetruz) se identifican a varios caciques que vivieron en distintas épocas. Muchas publicaciones los confunden entre sí reuniendo todas las acciones (virtudes y maldades) de cada uno de ellos y mezclándolas concluyen en un raro cóctel biográfico.

Nos vamos a referir al cacique que actuó en nuestra zona, el patagónico más conocido por Yanquetruz “el joven”, cuyo nombre real era José María Bulnes Llanquetruz, que tenía en su haber la inmolación del teniente Coronel Nicanor Otamendi y 126 oficiales y soldados que comandaba, en la batalla de San Antonio de Iraola, donde además perdieron la vida numerosos indios.

Hay mucho que decir de este Yanquetruz (de esta manera escribiremos en adelante su apellido) ignorado o confundido por “escandalosa desidia de ciertos historiadores y genealogistas, como bien dijera el doctor Milcíades Vignati, por eso ensayaremos trazar una semblanza de su breve trayectoria en el bárbaro escenario en que transcurrió su azarosa existencia. Tan inusitada es su historia que Yanquetruz fue el único cacique que aprendió a leer y escribir y que signaba con su firma la correspondencia, los documentos generales y los tratados con autoridades, contrariamente a la costumbre de los Catriel, Calfucurá, Pincén, Coliqueo y otros caciques que los hacían a ruego o por intermedio de sus secretarios. Lo más asombroso en Yanquetruz es que de no haber fallecido a tan temprana edad, tras haber hecho las paces con el gobierno de Buenos Aires, pudo haber sido el hombre en óptimas condiciones de poner fin a la Confederación Indígena de Calfucurá, entonces al servicio de Justo José de Urquiza, quince años antes de producirse su muerte.

Padre e hijo cautivos

El padre de Yanquetruz era el cacique Cheuqueta de origen Tehuelche meridional, que ejercía su cacicazgo en inmediaciones de Santa Cruz. En fecha no precisada, Cheuqueta es cautivado por sus enemigos, los Pehuenches del Neuquén, pero con su audacia logra burlar a sus captores y huye. Prestigiado por su proeza se convierte en adalid de un aguerrido contingente de lanzas con el que, luego de realizar una serie de correrías en tren de pillaje, hacia 1830 se une a Calfucurá, que tenía sus tolderías en cercanía de la Fortaleza la Protectora Argentina (Bahía Blanca). A la vez, traba amistad con Juan Manuel de Rosas. Es por esa época, en 1831 que nace, según se supone el niño que habría de llevar el nombre de José María Bulnes Yanquetruz. Según algunos historiadores ni el mismo Yanquetruz sabía en qué fecha había nacido, porque a cuantos le preguntaron su edad, les dio diferentes respuestas. Si nos remitimos a los documentos, en los libros bautismales de Carmen de Patagones, al bautizar a una hija, el cura Antonio Tomatis, el 27 de junio de 1858 le asigna la edad de 25 años, por lo que si bien no hay certezas, habría nacido entre 1831 y 1833.

En 1837, Yanquetruz corre la misma suerte de su padre. Cuando cuenta solo seis años de edad cae cautivo de los Pehuenche del norte y, al parecer es vendido a un potentado de Chile. Muchacho despierto, se capta las simpatías de su amo, el que se esmera en darle instrucción. Así es como Yanquetruz, aprende, aunque rudimentariamente, a leer y escribir, lo mismo que modales y costumbres del mundo civilizado. Y además - porqué no decirlo- asimila también los vicios propios de la civilización, sobre todo el del alcohol, que habrá de serle fatal. Ya adolescente, alrededor de 1850, le hierve la sangre de la raza. Cansado de la servidumbre, Yanquetruz repite la osada empresa del padre dándose a la fuga. Salva toda clase de embarazos y habiendo muerto ya su padre, Cheuqueta, se autoproclama cacique, logrando reclutar una partida de guerreros, posiblemente mocetones que estuvieron a las órdenes de su progenitor. Con ellos comete una serie de tropelías por la zona de Patagones y Bahía Blanca. Finalmente luego de aumentar las filas de su escuadrón, opta por refugiarse en los dominios del ya poderoso Calfucurá, quien lo recibe con los brazos abiertos, en Salinas Grandes, al hijo de su antiguo cofrade.

Calfucurá cela a Yanquetruz

Por su valentía y arrojo Yanquetruz no tarda en adquirir gran ascendente en la Confederación Salinera que tenía por jefe supremo a Calfucurá, quien llega a darle el trato de hijo, ya que tomó como mujer a una de sus hijas. Se desconoce con qué grado se incorpora a la coalición de salvajes que en esos momentos sirve a Rosas. Algunos historiadores afirman que cumplía funciones de oficial ordenanza, otros que fue capitanejo, pero lo cierto es que en cualquiera de los casos, actuó al frente de una experimentada turba de lanzas, unido a Calfucurá. Con sus huestes participa en forma activa en todas las vandálicas incursiones que conduce dicho caudillo. Pero Yanquetruz no es fácil de arrear y menos de someterse a la voluntad omnímoda de un usurpador extranjero, como era calificado el soberano de Salinas Grandes (que era chileno) por los indígenas argentinos. De ahí que dura muy poco su unión con Calfucurá quien, celoso del prestigio alcanzado así como de la combatividad y talento de Yanquetruz, planea su desaparición. Al tanto de una conjura, el joven cacique consigue ponerse a salvo con su gente para volver a la tierra de sus antepasados. Allí, al sur del río Limay, lleva una maloca contra una parcialidad de Patagones a la que domina y, obrando con suma inteligencia, se alía con los vencidos. Acrecentada así su horda y con el fin de vengar las siniestra intenciones que para con el tuvo su suegro, ataca sus posiciones; pero las tropas de Calfucurá lo derrotan, obligándolo a retirarse hacia sus pagos. Lógicamente ambos jefes quedan más enemistados que nunca y atentos para evitar cualquier sorpresa de una u otra parte.

Buscando la amistad del cristiano

Solo a partir de 1852, meses después de la caída de Rosas, se puede, aunque no muy exactamente, seguir el orden cronológico, en forma documentada, de las andanzas y malandanzas del todavía jovenzuelo Yanquetruz. Y es desde esos días en que habrá de convertirse en rutilante astro en el firmamento pampeano. Testimonio de ello es el informe que el Comandante militar de Patagones, coronel Francisco Fourmartin eleva al Ministro de Guerra José Galán y en el que pone de relieve la buena índole del cacique. Entre otros conceptos señala que el joven cacique se ha instalado en esa región con su familia y 38 indios de pelea, y que “durante todo el tiempo que ha permanecido, se ha distinguido siempre por su amistad a los cristianos cuyos usos y costumbres ha adoptado. Sus indios lejos de permanecer en salvaje abandono en los toldos, se ocupan en siembras de trigo, y conchaban casi todos en los tiempos de la siega haciéndose así muy útiles para este vecindario tan escaso de brazos. Cuando el infrascrito vino a hacerse cargo de la comandancia muy luego se le presentó Yanquetruz a ofrecerle su amistad y cooperación, y a manifestarle que deseando hacía tiempo cristianarse, suplicaba al infrascrito fuera su padrino… Desde entonces ha demostrado aún más sus muestras de amistad y estimación por los cristianos… Siendo, Señor Ministro, tan útil la amistad de este cacique y tan decidida su cooperación, el que firma en su humilde juicio cree que él y los indios que lo acompañan podrían ser racionados de carne, yerba, tabaco y papel. Al cacique de conformidad a las raciones que se dan a oficiales de esta Guarnición y a los indios igual a la tropa.”

En mal momento el coronel Fourmartin recomienda a Yanquetruz, pues cuando se dirige al ministro desconocía los sucesos que se desarrollaban en Buenos Aires, a raíz de la revolución del 11 de septiembre. Porque al redactar la nota ya hacía 20 días que el General Galán había tenido que abandonar la ciudad corrido por los revolucionarios. El escrito no pudo llegar a su poder. Por otra parte, constituido el gabinete de la Confederación Argentina, luego del Congreso Constituyente de 1853, el general Galán es reemplazado por el general Rudesindo Alvarado y las nuevas autoridades entran en relaciones con Calfucurá, las que terminan en acuerdos de orden comercial, militar y político en detrimento de la provincia de Buenos Aires, separada de los demás estados confederados.

Yanquetruz vuelve a las andadas

Falto de apoyo, librado a su suerte y en medio de las convulsiones políticas en que se debate el país, Yanquetruz se considera desligado de la palabra de amistad con los cristianos. Tomando, pues, el peor de los caminos se lanza nuevamente a una serie de tropelías contra distintas poblaciones bonaerenses, especialmente Patagones y Bahía Blanca. Al mismo tiempo madura el desquite de su contraste frente a Calfucurá, el que ya actúa decididamente a favor de Urquiza. Así es como a fines de 1854 o 1855, lleva otro ataque a los aduares de Salinas Grandes. En esta ocasión Yanquetruz sale airoso de la temeraria empresa y consigue arrear centenares de cabezas de ganado que, lógicamente había sido robado, a su vez, por las partidas salineras. Sin más tardanza se dirige con el fruto de su despojo a Patagones donde, con autorización del comandante Julián Murga, comercia la hacienda.

Es posible que esta victoria se debiera a que la vigilancia en Salinas Grandes no era muy estrecha ese día en virtud de que el astuto Calfucurá concentraba todo su pensamiento y su poderío en objetivos de gran envergadura. En su carácter de aliado de Urquiza, Calfucurá y sus guerreros se consideraban soldados de la Confederación y entienden servir políticamente al gobierno de Paraná, hostilizando a la provincia de Buenos Aires. De ahí que entre en sus planes, probablemente por sugerencia de elementos subalternos, organizar golpes espectaculares y decisivos que hagan temblar al estado bonaerense. Para ello tiene su mirada fija como primer paso en el Azul, uno de los más prósperos distritos provinciales.

Poniendo en práctica sus designios, el 13 de febrero de 1855 (año que será pródigo en funestos acontecimientos en las campiñas, Calfucurá al frente de 5.000 jinetes cae sobre la población de Azul y sus adyacencias, causando espantosos estragos ante la impotencia de los defensores y vecinos. La cruenta acometida cuesta 300 vidas, 150 familias cautivas y el arreo de 60.000 vacunos.

Yanquetruz, en tanto se encontraba en Patagones con su indiada, no en calidad de amigo y mercader, como otras veces, sino en son de guerra.  El 26 de mayo de 1855, dando prueba de coraje y habilísimo estratega, burla las dobles medidas adoptadas por las autoridades del fuerte, los ganaderos y los vecinos ante el anuncio de la invasión y, tras ser muertos dos pobladores, quemar algunos ranchos y quedar fuera del alcance de los cañones, los invasores se llevan varios centenares de cabezas de yeguarizos y vacunos.

Posteriormente Yanquetruz protagoniza nuevas incursiones depredatorias y no vacila en volver a Patagones, pero pacíficamente a vender la hacienda robada en otros puntos o en las fronteras. Y lo hace independientemente de Calfucurá, muchos de cuyos súbditos descontentos, así como Justo Coliqueo y otros caciques, van a engrosar las filas del ejército de Yanquetruz el que, bajo su hábil mando, se transforma en una avasalladora fuerza capaz de hacer frente al más poderoso enemigo.

En septiembre de 1855 ocurre el combate de San Antonio de Iraola, sobre el que nos hemos referido detalladamente en título aparte. Yanquetruz dominaba nuestra región realizando incursiones en Tandil en el mes de noviembre, donde pone a prueba una vez más su pericia como estratega y también hábil diplomático.

El 7 de noviembre se tienen noticias de que la caballería llanquetruzana anda por la serranía de La Tinta. Aunque eran pocos los centauros autóctonos parte hacia allí el Coronel Benito Machado con 40 de sus voluntarios. Pero los indígenas lo eluden y el día 8 a horas tempranas, aparecen en pleno corazón de Tandil, procurando llevarse cuanto pudieran. Aterrorizadas, muchas familias huyen en dirección a la capital, arreando sus animales y cargando sus bártulos para salvarlos de los invasores.

En medio de la gran barahúnda provocada por los indios en el pueblo, cabe destacar la conducta observada tanto por Yanquetruz como por las autoridades y los moradores de la población. El cacique anuncia que quiere tratar con el comandante Machado con el fin de evitar que corriera sangre. Contrariamente al caso de Otamendi en San Antonio, las autoridades acceden, aún a costa de perdidas materiales, pero con el propósito de evitar una tragedia. Es el juez de Paz Carlos Darragueira el que acuerda con el cacique, quien se retira con un preciado botín hacia el río Negro.

Es en ese malón de noviembre que toman cautiva a Angelita Pérez, la esposa del comandante Benito Machado, quien luego logra ser rescatada por el Capitán Burgos de la Canal.

El comandante del Fuerte de Patagones, coronel Benito Villar ni bien asume el cargo trata de buscar contacto con Yanquetruz. Se propone lograr una alianza franca y sólida. En sus cálculos entra no solo atraerlo a la vida civilizada sino comprometerlo para aniquilar el poderío de Calfucurá. Con el apoyo de milicianos bien armados y experimentados en la campaña al desierto. Para esa empresa cuenta con el decidido apoyo del gobierno de Buenos Aires. El mencionado oficial madura detenidamente sus planes para lograr encauzar la soberbia del bravío cacique. Usará como armas la estrategia y la diplomacia. Dos serán los incentivos que juega par domarlo: despertar su avidez por una suculenta retribución y convencerlo de la ocasión que se presenta para destruir a su suegro y odiado competidor. También Villar quiere someter al jefe principal de los indios manzaneros, el cacique Vicente Sayhueque, que es primo de Yanquetruz.

El Gobernador Pastor Obligado en su afán por evitar los malones y asegurar un refuerzo serio para combatir a Calfucurá, le envía en 1856, dos cartas a Yanquetruz en las que le hace ofertas realmente tentadoras.

Al cabo de no pocos cabildeos, los enviados a negociar obtienen un éxito, que aún siendo parcial es de trascendencia. Yanquetruz, indudablemente el más talentoso y corajudo entre sus pares, comprende la conveniencia de estar en buenas relaciones con el gobierno y, sin más, consiente en concretar un pacto de amistad.

Al entrevistarse con el comandante Villar, el cacique confirma sus deseos de conciliación y, además, demuestra la conveniencia de ajustar convenios idénticos con otros caciques.

Yanquetruz en Buenos Aires

Terminadas las ceremonias protocolares en la comandancia, Yanquetruz se embarca en el vapor Belisario, en el que se dirige a Buenos Aires para ratificar y firmar el tratado de paz y alianza. El diario “La Tribuna” expresa: “Viene a pasear a nuestra ciudad, donde quiere mandar a educar al mayor de sus hijos. Yanquetruz es un joven de 25 años, de buena figura; viste uniforme de comandante. Pasó a visitar ayer al señor Gobernador. Para completar las emociones que debe recibir al encontrarse con tanta cosa nueva el habitante del desierto, bueno sería llevarlo el miércoles al teatro Colón”.

Yanquetruz es espléndidamente agasajado por las autoridades. Lo llevan, si, al Colón donde asiste a la representación de IL Trovattore, evidentemente desconcertado.

También asiste a la transmisión de mando de gobernador. Y el 13 de mayo atraviesa la ciudad cabalgando junto al ex mandatario Dr. Obligado, quien lo lleva hasta la plaza del Parque, con el fin de que contemple el ferrocarril, que estaba a punto de inaugurarse.

Siempre lleno de asombro Yanquetruz asiste a muchos otros actos preparados en su honor y el 19 de mayo acude a la Casa de Gobierno donde mantiene una conferencia de dos horas con el nuevo Gobernador Dr. Valentín Alsina, de la que resultan arregladas las bases del tratado de paz que se firma el 24 de ese mes.

El acuerdo en sus partes salientes establecía: "El cacique Yanketruz, reconoce que sus antepasados cedieron por tratados al antiguo Gobierno del rey de España las tierras que se conocen por Patagones hasta San Javier."

"Dicho cacique pone ahora a disposición del Gobierno de Bs. As., una extensión de trece leguas, desde San Javier sobre la margen norte del Río Negro, para que en el límite de dichas trece leguas pueda el gobierno formar una población que se denominará Guardia de Obligado y que será destinada a procurar la civilización y adelanto de los indios."

"El gobierno de Buenos Aires encarga al cacique formar con su gente dicho pueblo, en terreno de labranza y de manera que él pueda estar a la vanguardia de Patagones.""Se declara al cacique José Yanquetruz, comandante en Jefe de todo el territorio de la pampa aledaña a Patagones."

De regreso a Patagones luego de haber asistido a los festejos de la Revolución de Mayo, desafortunadamente se entrega a excesos y desarreglos a causa del alcohol. El comandante Villar informa  al ministro de Guerra y Marina, José Zapiola que no será fácil mantener la paz con las actitudes que ve en el cacique, por lo que solicita un refuerzo de cien hombres para en caso de ser necesario obligar a Yanquetruz a cumplir con lo pactado. El gobierno contesta que a su criterio y prudencia allane cualquier desinteligencia con el cacique.

Finalmente Yanquetruz cambia y se comporta honrosa y lealmente, como lo informa Villar al gobierno. Las paces ajustadas exasperaban a Calfucurá, no porque no le ofrecieran los mismos beneficios, sino porque precisamente se utilizó al mismo Yanquetruz para conquistarlo. En una carta que éste envía a Calfucurá le dice: “Y Ud. Señor Calfucurá porqué no hace las paces, no sea cosa que esa soberbia, Dios en algún día se la castigue, y cuando usted acuerde, ya no haiga lugar al suplicante”.

La enemistad entre los caciques era evidente, lo que no quiere decir que estaban en beligerancia sin tregua. Ambos se vigilaban en espera del momento propicio para dar el batacazo final del dominio de cada uno de ellos. Calfucurá respondía a Urquiza y Yanquetruz a Mitre.

La muerte del Cacique

Según el investigador Auguste Guinnard, Yanquetruz fue a Bahía Blanca para entenderse con los soldados argentinos respecto de la organización de una fuerte expedición que debía dirigirse contra las fuerzas pampeanas y tehuelches, sometidas a Calfucurá. “Los indios entre quienes yo vivía en aquella época (los de Calfucurá), en calidad de esclavo - dice Guinnard – habían jurado muchas veces la muerte de Yanquetruz, a quien execraban profundamente”. Esto confirma que el amo de las pampas, en conocimiento de lo que se tramaba, esto es una gran ofensiva contra sus aduares, tendió una celada a Yanquetruz, utilizando al Capitán Jacinto Méndez, para eliminarlo.

La voz más corriente en Bahía Blanca, al conocerse el asesinato, como decíamos, es que el capitán Méndez, de Guardias Nacionales, inducido por Calfucurá, mató de una puñalada por la espalda a Yanquetruz, en la pulpería de Luís Silva, frente a la plaza de la entonces aldea, durante una borrachera.

Guinnard, pecando de ingenuo, se extraña de que Calfucurá y sus huestes, que odiaban a Yanquetruz, “al conocer su trágico fin olvidaron todos los resquemores y no pensaron más que en vengar en él la muerte de uno de los suyos. Con este fin -añade- organizaron prontamente una expedición formidable que saqueó e incendió la villa de Bahía Blanca, cuya heroica defensa no dejó de costarle muchos muertos y heridos”. A pesar de haber sido su secretario, Guinnard, no llegó a conocer lo pérfido que era Calfucurá. Porque no fue a Bahía Blanca a vengar la muerte de Yanquetruz, pues simulando su enojo le sirvió de oportuno pretexto para invadir el pueblo bahiense el 19 de mayo de 1859, último malón contra ese lugar del que, como dice Guinnard, Calfucurá salió mal parado.

Versiones contradictorias y tendenciosas

Hay otras y muy contradictorias versiones sobre la oscura muerte de Yanquetruz en un ambiente de corrupción, como el que reinaba en parte de las fuerzas que guarnecían la Fortaleza Protectora Argentina (Bahía Blanca), las que estaban al mando del comandante Francisco Goyena. Inclusive ni los órganos de prensa capitalinos se ponían de acuerdo en torno a como ocurrieron los hechos.

El ya varias veces citado Guinnard que en esos días de 1858 estaba en las tolderías de Calfucurá, al referirse al caso expresa: “Como suelen hacer los indios, muy amantes de las bebidas alcohólicas, entró Yanquetruz en una pulpería para librarse al placer de beber, pero se encontró allí cara a cara con un oficial argentino, que al reconocerlo le reprochó amargamente la muerte de varios parientes suyos, oficiales como él y víctima de su traición. Las respuestas inconvenientes que le dio Yanquetruz lo irritaron de tal modo, que sacó de pronto una pistola y le destrozó la cabeza”. El tal oficial a que hace mención no es otro más que el Capitán Méndez y al que el mismo Calfucurá reconoce como autor del homicidio.

El diario “El Nacional” curiosamente, sobre el tema dirá que Méndez actuó tan solo como componedor ante una agresión de que era objeto Yanquetruz y no para hacerle daño alguno, sino para protegerlo. He aquí la noticia: “Muerte de Llanquetruz.- El día 20 de octubre había llegado este cacique procedente de Patagones y traído la noticia que unos indios de Calfucurá habían robado en el Colorado los caballos de la Guarnición, y lo más particular, que él los hubiese seguido por el rastro alcanzándolos río arriba, con 22 indios; no los peleó ni lo pelearon y conversó con ellos, lo que hace creer que los indios ladrones eran de su tribu y que todo era un embrollo de éste pícaro indio. El 24 estaba muy ebrio y pegó dos bofetadas a un sargento de Guardias nacionales en las carreras e insultó al pueblo de Bahía Blanca e indios amigos y desafiólos; se había puesto la divisa colorada en la gorra gritando: ¡viva Rosas, mueran los salvajes unitarios!, atropellando las pulperías y cuanto encontraba en la calle. Los nacionales e indios amigos se reunieron y concluyó la fiesta con matarlo a puñaladas, y casi matan al capitán Méndez que se empeñó en protegerlo. Iba vestido con la casaca del comandante Otamendi de lo cual hacía mucho alarde y de haberlo muerto…”

Tal información es tendenciosa. Por el mismo Calfucurá sabemos que esos “indios ladrones” que alude El Nacional con los que se encontró Yanquetruz, constituían una  descubierta mandada por el cacique salinero, el que además acusa a Méndez directamente del homicidio.

Mas mesurada es “La Tribuna” del 10 de noviembre, la que informa: “El Río Bamba ha entrado el 14, procedente de Bahía Blanca, confirmando la muerte de Llanquetruz. Parece que el cacique, en un estado completo de ebriedad, asistió a unas carreras, de cinta colorada en el sombrero, dando gritos de muera el pueblo de Bahía Blanca, y desafiando a todo el mundo, llegando hasta amenazar a algunas personas, de donde resultó la muerte de Llanquetruz. Más de 40 hombres, tomaron parte en la lucha, muriendo cuatro indios más”.

Por su parte el historiador Guardiola Plubins afirma que “el 24 de octubre de 1858, en el boliche de Silva, ubicado en la primera cuadra de la calle Zelarrayán, los parroquianos vieron ingresar a Yanquetruz vistiendo pomposamente el uniforme del difunto teniente coronel Otamendi, lo que desató el repudio de algunos de los oficiales de la Guardia Nacional allí reunidos.

Bahía Blanca 1869. Sitio en el que muere Yanquetruz

Ante las recriminaciones de los soldados, Yanquetruz les recordó que el coronel Villar le había asignado el grado de oficial y que era jefe de las fuerzas indígenas auxiliares de Bahía Blanca.

La discusión, mezclada con los vahos de ginebra, no tardó en caldearse y cuando el cacique echó mano a su filosa daga fue apuñalado desde atrás por el capitán Jacinto Méndez, un sujeto de avería.

Según Guardiola Plubins y otros historiadores, la esposa del asesinado cacique Yanquetruz era una bruja ("machi" en lengua araucana) que, ante el todavía cadáver sangrante de su marido, realizó un hechizo ("kalkutun") como indicaban los ritos paganos y maldijo al incipiente poblado de bahía Blanca y a sus habitantes por los próximos 1.000 años.

Pero hay alguien que se encargará de poner un poco de claridad en lo acontecido, señala Cuadrado Hernández. Será el comandante José Olegario Orquera, que se hace cargo del fuerte en 1859. En una carta enviada a Mitre denuncia la indisciplina de las fuerzas encargadas de la defensa e la población. Pero el párrafo más sabroso que contiene es el referente a los acontecimientos que narramos y que dicen así:

“…Sobre todos los quebraderos de cabezas que pesan sobre mi ser, desde el momento que llegué a este punto (B. Blanca), hay también el del malísimo estado de desorganización en que se encuentra esta guardia nacional de caballería, mandada por un forajido sin más título que el haber muerto a traición a dos caciques (Pascual y Yanquetruz), sin vínculo ninguno en este destino, más de la querida, el caballo y su puñal, así como los humores de guapetón y altas pretensiones de caudillaje con que siembra el desorden y  la anarquía en esta tropa, guardia nacional, que en el fondo todo es bueno, y solo hay malo este sujeto y uno o dos oficiales más, que la extravían con sus malas doctrinas; pero supongo que usted me hará la justicia de creer que estos gauchos guapetones no han de venir a imponerme otra cosa que la que me aconsejan mis sagrados deberes”.

El comandante, que hacía obvia referencia al capitán Méndez, anuncia como sometería a dichos elementos de perturbación y su pronto envío a Buenos Aires. Se desconoce que suerte corrió este “guapetón” que acabó con la vida de Yanquetruz, un indio que no era un santo pero tampoco un sanguinario como suelen pintarlo. Su conducta no estuvo peor encaminada que la de muchos célebres paladines de la civilización.

Diestro, valiente, elegante e inteligente

Hay unanimidad de opinión entre autorizados autores, que Yanquetruz tenía una robusta personalidad propia y que no era, de ninguna manera, un hombre común.

Guinnard, reconoce que dio pruebas de destreza y valentía, mientras que el explorador Guillermo Cox afirma que el cacique no era alto, pero tenía su imponencia; su rostro expresaba audacia y franqueza; magnífico en su indumentaria, casi siempre vestía casaca fina, sombrero claro, chiripá azul y  calzoncillos bordados. Y jamás se desprendía del sable, cuya empuñadura y vaina eran de plata maciza, como los estribos, el freno, las cabezadas y otras prendas de su apero.

Por último y resumiendo los antecedentes documentales compilados, el Dr. Milcíades Vignati expresa: “Yanquetruz no era un indio vulgar; era capaz de elevarse a especulaciones intelectuales de orden étnico que, por disparatadas y pueriles que sean, muestran un cerebro que pensaba en algo más que satisfacciones materiales como lo hacían sus connacionales. Llegó a exponer tesis que vinculaba a los alemanes con los habitantes nord patagónicos. Positivamente, no era un hombre vulgar”.



 

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