El investigador y periodista Guillermo Cuadrado Hernández, nos revela detalles de la vida de este cacique que murió a los 27 años y que fue protagonista de las luchas entre aborígenes y cristianos en nuestro partido.
Yanquetruz, nombre indígena de
distintos caciques, con muchas variantes no sería araucano, según Rodolfo
Casamiquela. Sin embargo, bajo la forma de Llancathrur, en dicho idioma, deriva
de llanca, piedrecilla cobriza, de color verde-azulejo y thrur, que significa
hermoso, precioso, sin defecto. De manera que Llancathrur o Llanquetruz se
traduciría por: piedra preciosa o piedrecita perfecta.
Con el nombre de
Yanquetruz (o Llanquetruz) se identifican a varios caciques que vivieron en
distintas épocas. Muchas publicaciones los confunden entre sí reuniendo todas
las acciones (virtudes y maldades) de cada uno de ellos y mezclándolas
concluyen en un raro cóctel biográfico.
Nos
vamos a referir al cacique que actuó en nuestra zona, el patagónico más
conocido por Yanquetruz “el joven”, cuyo nombre real era José María Bulnes
Llanquetruz, que tenía en su haber la inmolación del teniente Coronel Nicanor
Otamendi y 126 oficiales y soldados que comandaba, en la batalla de San Antonio
de Iraola, donde además perdieron la vida numerosos indios.
Hay mucho que decir
de este Yanquetruz (de esta manera escribiremos en adelante su apellido)
ignorado o confundido por “escandalosa desidia de ciertos historiadores y
genealogistas, como bien dijera el doctor Milcíades Vignati, por eso
ensayaremos trazar una semblanza de su breve trayectoria en el bárbaro
escenario en que transcurrió su azarosa existencia. Tan inusitada es su
historia que Yanquetruz fue el único cacique que aprendió a leer y escribir y
que signaba con su firma la correspondencia, los documentos generales y los
tratados con autoridades, contrariamente a la costumbre de los Catriel,
Calfucurá, Pincén, Coliqueo y otros caciques que los hacían a ruego o por
intermedio de sus secretarios. Lo más asombroso en Yanquetruz es que de no
haber fallecido a tan temprana edad, tras haber hecho las paces con el gobierno
de Buenos Aires, pudo haber sido el hombre en óptimas condiciones de poner fin
a
Padre e hijo cautivos
El padre de
Yanquetruz era el cacique Cheuqueta de origen Tehuelche meridional, que ejercía
su cacicazgo en inmediaciones de Santa Cruz. En fecha no precisada, Cheuqueta
es cautivado por sus enemigos, los Pehuenches del Neuquén, pero con su audacia
logra burlar a sus captores y huye. Prestigiado por su proeza se convierte en
adalid de un aguerrido contingente de lanzas con el que, luego de realizar una
serie de correrías en tren de pillaje, hacia 1830 se une a Calfucurá, que tenía
sus tolderías en cercanía de
En 1837, Yanquetruz
corre la misma suerte de su padre. Cuando cuenta solo seis años de edad cae
cautivo de los Pehuenche del norte y, al parecer es vendido a un potentado de
Chile. Muchacho despierto, se capta las simpatías de su amo, el que se esmera
en darle instrucción. Así es como Yanquetruz, aprende, aunque
rudimentariamente, a leer y escribir, lo mismo que modales y costumbres del
mundo civilizado. Y además - porqué no decirlo- asimila también los vicios
propios de la civilización, sobre todo el del alcohol, que habrá de serle
fatal. Ya adolescente, alrededor de 1850, le hierve la sangre de la raza.
Cansado de la servidumbre, Yanquetruz repite la osada empresa del padre dándose
a la fuga. Salva toda clase de embarazos y habiendo muerto ya su padre,
Cheuqueta, se autoproclama cacique, logrando reclutar una partida de guerreros,
posiblemente mocetones que estuvieron a las órdenes de su progenitor. Con ellos
comete una serie de tropelías por la zona de Patagones y Bahía Blanca.
Finalmente luego de aumentar las filas de su escuadrón, opta por refugiarse en
los dominios del ya poderoso Calfucurá, quien lo recibe con los brazos
abiertos, en Salinas Grandes, al hijo de su antiguo cofrade.
Calfucurá cela a Yanquetruz
Por su valentía y
arrojo Yanquetruz no tarda en adquirir gran ascendente en
Buscando la amistad del cristiano
Solo a partir de
1852, meses después de la caída de Rosas, se puede, aunque no muy exactamente,
seguir el orden cronológico, en forma documentada, de las andanzas y
malandanzas del todavía jovenzuelo Yanquetruz. Y es desde esos días en que
habrá de convertirse en rutilante astro en el firmamento pampeano. Testimonio
de ello es el informe que el Comandante militar de Patagones, coronel Francisco
Fourmartin eleva al Ministro de Guerra José Galán y en el que pone de relieve
la buena índole del cacique. Entre otros conceptos señala que el joven cacique
se ha instalado en esa región con su familia y 38 indios de pelea, y que “durante
todo el tiempo que ha permanecido, se ha distinguido siempre por su amistad a
los cristianos cuyos usos y costumbres ha adoptado. Sus indios lejos de
permanecer en salvaje abandono en los toldos, se ocupan en siembras de trigo, y
conchaban casi todos en los tiempos de la siega haciéndose así muy útiles para
este vecindario tan escaso de brazos. Cuando el infrascrito vino a hacerse
cargo de la comandancia muy luego se le presentó Yanquetruz a ofrecerle su
amistad y cooperación, y a manifestarle que deseando hacía tiempo cristianarse,
suplicaba al infrascrito fuera su padrino… Desde entonces ha demostrado aún más
sus muestras de amistad y estimación por los cristianos… Siendo, Señor
Ministro, tan útil la amistad de este cacique y tan decidida su cooperación, el
que firma en su humilde juicio cree que él y los indios que lo acompañan
podrían ser racionados de carne, yerba, tabaco y papel. Al cacique de
conformidad a las raciones que se dan a oficiales de esta Guarnición y a los
indios igual a la tropa.”
En mal momento el
coronel Fourmartin recomienda a Yanquetruz, pues cuando se dirige al ministro
desconocía los sucesos que se desarrollaban en Buenos Aires, a raíz de la
revolución del 11 de septiembre. Porque al redactar la nota ya hacía 20 días
que el General Galán había tenido que abandonar la ciudad corrido por los
revolucionarios. El escrito no pudo llegar a su poder. Por otra parte,
constituido el gabinete de
Yanquetruz vuelve a las andadas
Falto de apoyo,
librado a su suerte y en medio de las convulsiones políticas en que se debate
el país, Yanquetruz se considera desligado de la palabra de amistad con los
cristianos. Tomando, pues, el peor de los caminos se lanza nuevamente a una
serie de tropelías contra distintas poblaciones bonaerenses, especialmente
Patagones y Bahía Blanca. Al mismo tiempo madura el desquite de su contraste
frente a Calfucurá, el que ya actúa decididamente a favor de Urquiza. Así es
como a fines de 1854 o 1855, lleva otro ataque a los aduares de Salinas
Grandes. En esta ocasión Yanquetruz sale airoso de la temeraria empresa y
consigue arrear centenares de cabezas de ganado que, lógicamente había sido
robado, a su vez, por las partidas salineras. Sin más tardanza se dirige con el
fruto de su despojo a Patagones donde, con autorización del comandante Julián
Murga, comercia la hacienda.
Es posible que esta
victoria se debiera a que la vigilancia en Salinas Grandes no era muy estrecha
ese día en virtud de que el astuto Calfucurá concentraba todo su pensamiento y
su poderío en objetivos de gran envergadura. En su carácter de aliado de
Urquiza, Calfucurá y sus guerreros se consideraban soldados de
Poniendo en práctica
sus designios, el 13 de febrero de 1855 (año que será pródigo en funestos
acontecimientos en las campiñas, Calfucurá al frente de 5.000 jinetes cae sobre
la población de Azul y sus adyacencias, causando espantosos estragos ante la
impotencia de los defensores y vecinos. La cruenta acometida cuesta 300 vidas,
150 familias cautivas y el arreo de 60.000 vacunos.
Yanquetruz, en tanto
se encontraba en Patagones con su indiada, no en calidad de amigo y mercader,
como otras veces, sino en son de guerra.
El 26 de mayo de 1855, dando prueba de coraje y habilísimo estratega,
burla las dobles medidas adoptadas por las autoridades del fuerte, los
ganaderos y los vecinos ante el anuncio de la invasión y, tras ser muertos dos
pobladores, quemar algunos ranchos y quedar fuera del alcance de los cañones,
los invasores se llevan varios centenares de cabezas de yeguarizos y vacunos.
Posteriormente
Yanquetruz protagoniza nuevas incursiones depredatorias y no vacila en volver a
Patagones, pero pacíficamente a vender la hacienda robada en otros puntos o en
las fronteras. Y lo hace independientemente de Calfucurá, muchos de cuyos
súbditos descontentos, así como Justo Coliqueo y otros caciques, van a engrosar
las filas del ejército de Yanquetruz el que, bajo su hábil mando, se transforma
en una avasalladora fuerza capaz de hacer frente al más poderoso enemigo.
En septiembre de 1855 ocurre el combate de San Antonio de Iraola, sobre el que nos hemos referido detalladamente en título aparte. Yanquetruz dominaba nuestra región realizando incursiones en Tandil en el mes de noviembre, donde pone a prueba una vez más su pericia como estratega y también hábil diplomático.
El 7 de noviembre se
tienen noticias de que la caballería llanquetruzana anda por la serranía de
En medio de la gran
barahúnda provocada por los indios en el pueblo, cabe destacar la conducta
observada tanto por Yanquetruz como por las autoridades y los moradores de la
población. El cacique anuncia que quiere tratar con el comandante Machado con
el fin de evitar que corriera sangre. Contrariamente al caso de Otamendi en San
Antonio, las autoridades acceden, aún a costa de perdidas materiales, pero con
el propósito de evitar una tragedia. Es el juez de Paz Carlos Darragueira el
que acuerda con el cacique, quien se retira con un preciado botín hacia el río
Negro.
Es en ese malón de
noviembre que toman cautiva a Angelita Pérez, la esposa del comandante Benito
Machado, quien luego logra ser rescatada por el Capitán Burgos de
El comandante del
Fuerte de Patagones, coronel Benito Villar ni bien asume el cargo trata de
buscar contacto con Yanquetruz. Se propone lograr una alianza franca y sólida.
En sus cálculos entra no solo atraerlo a la vida civilizada sino comprometerlo
para aniquilar el poderío de Calfucurá. Con el apoyo de milicianos bien armados
y experimentados en la campaña al desierto. Para esa empresa cuenta con el
decidido apoyo del gobierno de Buenos Aires. El mencionado oficial madura
detenidamente sus planes para lograr encauzar la soberbia del bravío cacique.
Usará como armas la estrategia y la diplomacia. Dos serán los incentivos que
juega par domarlo: despertar su avidez por una suculenta retribución y
convencerlo de la ocasión que se presenta para destruir a su suegro y odiado
competidor. También Villar quiere someter al jefe principal de los indios
manzaneros, el cacique Vicente Sayhueque, que es primo de Yanquetruz.
El Gobernador Pastor
Obligado en su afán por evitar los malones y asegurar un refuerzo serio para
combatir a Calfucurá, le envía en 1856, dos cartas a Yanquetruz en las que le
hace ofertas realmente tentadoras.
Al cabo de no pocos
cabildeos, los enviados a negociar obtienen un éxito, que aún siendo parcial es
de trascendencia. Yanquetruz, indudablemente el más talentoso y corajudo entre
sus pares, comprende la conveniencia de estar en buenas relaciones con el
gobierno y, sin más, consiente en concretar un pacto de amistad.
Al entrevistarse con
el comandante Villar, el cacique confirma sus deseos de conciliación y, además,
demuestra la conveniencia de ajustar convenios idénticos con otros caciques.
Yanquetruz en Buenos Aires
Terminadas las ceremonias protocolares en la comandancia, Yanquetruz se embarca en el vapor Belisario, en el que se dirige a Buenos Aires para ratificar y firmar el tratado de paz y alianza. El diario “
Yanquetruz es
espléndidamente agasajado por las autoridades. Lo llevan, si, al Colón donde
asiste a la representación de IL Trovattore, evidentemente desconcertado.
También asiste a la
transmisión de mando de gobernador. Y el 13 de mayo atraviesa la ciudad
cabalgando junto al ex mandatario Dr. Obligado, quien lo lleva hasta la plaza
del Parque, con el fin de que contemple el ferrocarril, que estaba a punto de
inaugurarse.
Siempre lleno de
asombro Yanquetruz asiste a muchos otros actos preparados en su honor y el 19
de mayo acude a
El acuerdo en sus
partes salientes establecía: "El cacique Yanketruz, reconoce que sus
antepasados cedieron por tratados al antiguo Gobierno del rey de España las
tierras que se conocen por Patagones hasta San Javier."
"Dicho cacique
pone ahora a disposición del Gobierno de Bs. As., una extensión de trece
leguas, desde San Javier sobre la margen norte del Río Negro, para que en el
límite de dichas trece leguas pueda el gobierno formar una población que se
denominará Guardia de Obligado y que será destinada a procurar la civilización
y adelanto de los indios."
"El gobierno de Buenos Aires encarga al cacique formar con su gente dicho pueblo, en terreno de labranza y de manera que él pueda estar a la vanguardia de Patagones.""Se declara al cacique José Yanquetruz, comandante en Jefe de todo el territorio de la pampa aledaña a Patagones."
De regreso a
Patagones luego de haber asistido a los festejos de
Finalmente Yanquetruz cambia y se comporta honrosa y lealmente, como lo informa Villar al gobierno. Las paces ajustadas exasperaban a Calfucurá, no porque no le ofrecieran los mismos beneficios, sino porque precisamente se utilizó al mismo Yanquetruz para conquistarlo. En una carta que éste envía a Calfucurá le dice: “Y Ud. Señor Calfucurá porqué no hace las paces, no sea cosa que esa soberbia, Dios en algún día se la castigue, y cuando usted acuerde, ya no haiga lugar al suplicante”.
La enemistad entre
los caciques era evidente, lo que no quiere decir que estaban en beligerancia
sin tregua. Ambos se vigilaban en espera del momento propicio para dar el
batacazo final del dominio de cada uno de ellos. Calfucurá respondía a Urquiza
y Yanquetruz a Mitre.
La muerte del Cacique
Según el investigador Auguste Guinnard,
Yanquetruz fue a Bahía Blanca para entenderse con los soldados argentinos
respecto de la organización de una fuerte expedición que debía dirigirse contra
las fuerzas pampeanas y tehuelches, sometidas a Calfucurá. “Los indios entre
quienes yo vivía en aquella época (los de Calfucurá), en calidad de esclavo -
dice Guinnard – habían jurado muchas veces la muerte de Yanquetruz, a quien
execraban profundamente”. Esto confirma que el amo de las pampas, en
conocimiento de lo que se tramaba, esto es una gran ofensiva contra sus
aduares, tendió una celada a Yanquetruz, utilizando al Capitán Jacinto Méndez,
para eliminarlo.
La voz más corriente en Bahía Blanca, al conocerse el asesinato, como decíamos, es que el capitán Méndez, de Guardias Nacionales, inducido por Calfucurá, mató de una puñalada por la espalda a Yanquetruz, en la pulpería de Luís Silva, frente a la plaza de la entonces aldea, durante una borrachera.
Guinnard, pecando de
ingenuo, se extraña de que Calfucurá y sus huestes, que odiaban a Yanquetruz,
“al conocer su trágico fin olvidaron todos los resquemores y no pensaron más
que en vengar en él la muerte de uno de los suyos. Con este fin -añade-
organizaron prontamente una expedición formidable que saqueó e incendió la
villa de Bahía Blanca, cuya heroica defensa no dejó de costarle muchos muertos
y heridos”. A pesar de haber sido su secretario, Guinnard, no llegó a conocer
lo pérfido que era Calfucurá. Porque no fue a Bahía Blanca a vengar la muerte
de Yanquetruz, pues simulando su enojo le sirvió de oportuno pretexto para
invadir el pueblo bahiense el 19 de mayo de 1859, último malón contra ese lugar
del que, como dice Guinnard, Calfucurá salió mal parado.
Versiones contradictorias y tendenciosas
Hay otras y muy
contradictorias versiones sobre la oscura muerte de Yanquetruz en un ambiente
de corrupción, como el que reinaba en parte de las fuerzas que guarnecían
El ya varias veces citado Guinnard que en esos días de 1858 estaba en las tolderías de Calfucurá, al referirse al caso expresa: “Como suelen hacer los indios, muy amantes de las bebidas alcohólicas, entró Yanquetruz en una pulpería para librarse al placer de beber, pero se encontró allí cara a cara con un oficial argentino, que al reconocerlo le reprochó amargamente la muerte de varios parientes suyos, oficiales como él y víctima de su traición. Las respuestas inconvenientes que le dio Yanquetruz lo irritaron de tal modo, que sacó de pronto una pistola y le destrozó la cabeza”. El tal oficial a que hace mención no es otro más que el Capitán Méndez y al que el mismo Calfucurá reconoce como autor del homicidio.
El diario “El Nacional” curiosamente,
sobre el tema dirá que Méndez actuó tan solo como componedor ante una agresión
de que era objeto Yanquetruz y no para hacerle daño alguno, sino para
protegerlo. He aquí la noticia: “Muerte
de Llanquetruz.- El día 20 de octubre había llegado este cacique procedente
de Patagones y traído la noticia que unos indios de Calfucurá habían robado en
el Colorado los caballos de
Tal información es
tendenciosa. Por el mismo Calfucurá sabemos que esos “indios ladrones” que
alude El Nacional con los que se encontró Yanquetruz, constituían una descubierta mandada por el cacique salinero,
el que además acusa a Méndez directamente del homicidio.
Mas mesurada es “
Por su parte el historiador Guardiola Plubins afirma que “el 24 de
octubre de 1858, en el boliche de Silva, ubicado en la primera cuadra de la
calle Zelarrayán, los parroquianos vieron ingresar a Yanquetruz vistiendo
pomposamente el uniforme del difunto teniente coronel Otamendi, lo que desató
el repudio de algunos de los oficiales de
Bahía Blanca 1869. Sitio en el que muere Yanquetruz |
Ante las recriminaciones de los soldados, Yanquetruz les recordó que el
coronel Villar le había asignado el grado de oficial y que era jefe de las
fuerzas indígenas auxiliares de Bahía Blanca.
La discusión, mezclada con los vahos de ginebra, no tardó en caldearse y
cuando el cacique echó mano a su filosa daga fue apuñalado desde atrás por el
capitán Jacinto Méndez, un sujeto de avería.
Según Guardiola Plubins y otros historiadores, la esposa del asesinado cacique
Yanquetruz era una bruja ("machi"
en lengua araucana) que, ante el todavía cadáver sangrante de su marido,
realizó un hechizo ("kalkutun")
como indicaban los ritos paganos y maldijo al incipiente poblado de bahía
Blanca y a sus habitantes por los próximos 1.000 años.
Pero hay alguien que
se encargará de poner un poco de claridad en lo acontecido, señala Cuadrado
Hernández. Será el comandante José Olegario Orquera, que se hace cargo del
fuerte en 1859. En una carta enviada a Mitre denuncia la indisciplina de las
fuerzas encargadas de la defensa e la población. Pero el párrafo más sabroso
que contiene es el referente a los acontecimientos que narramos y que dicen
así:
“…Sobre todos los
quebraderos de cabezas que pesan sobre mi ser, desde el momento que llegué a
este punto (B. Blanca), hay también el del malísimo estado de desorganización
en que se encuentra esta guardia nacional de caballería, mandada por un
forajido sin más título que el haber muerto a traición a dos caciques (Pascual
y Yanquetruz), sin vínculo ninguno en este destino, más de la querida, el
caballo y su puñal, así como los humores de guapetón y altas pretensiones de
caudillaje con que siembra el desorden y
la anarquía en esta tropa, guardia nacional, que en el fondo todo es
bueno, y solo hay malo este sujeto y uno o dos oficiales más, que la extravían
con sus malas doctrinas; pero supongo que usted me hará la justicia de creer
que estos gauchos guapetones no han de venir a imponerme otra cosa que la que
me aconsejan mis sagrados deberes”.
El comandante, que hacía obvia referencia al capitán Méndez, anuncia como sometería a dichos elementos de perturbación y su pronto envío a Buenos Aires. Se desconoce que suerte corrió este “guapetón” que acabó con la vida de Yanquetruz, un indio que no era un santo pero tampoco un sanguinario como suelen pintarlo. Su conducta no estuvo peor encaminada que la de muchos célebres paladines de la civilización.
Diestro, valiente, elegante e inteligente
Hay unanimidad de
opinión entre autorizados autores, que Yanquetruz tenía una robusta
personalidad propia y que no era, de ninguna manera, un hombre común.
Guinnard, reconoce
que dio pruebas de destreza y valentía, mientras que el explorador Guillermo
Cox afirma que el cacique no era alto, pero tenía su imponencia; su rostro
expresaba audacia y franqueza; magnífico en su indumentaria, casi siempre
vestía casaca fina, sombrero claro, chiripá azul y calzoncillos bordados. Y jamás se desprendía
del sable, cuya empuñadura y vaina eran de plata maciza, como los estribos, el
freno, las cabezadas y otras prendas de su apero.
Por último y
resumiendo los antecedentes documentales compilados, el Dr. Milcíades Vignati
expresa: “Yanquetruz no era un indio vulgar; era capaz de elevarse a
especulaciones intelectuales de orden étnico que, por disparatadas y pueriles
que sean, muestran un cerebro que pensaba en algo más que satisfacciones
materiales como lo hacían sus connacionales. Llegó a exponer tesis que
vinculaba a los alemanes con los habitantes nord patagónicos. Positivamente, no
era un hombre vulgar”.
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