Fue el nuestro uno de los pueblos con características
especiales. Un núcleo de pobladores que bravamente se extendía fuera de la
frontera, eran los primeros en la lucha contra el indio y por lo tanto,
estancias y casas de negocios, se hallaban preparados para defenderse de los
malones”.
Uno de los primeros pobladores de Juárez fue Ignacio
Arruabarrena, quien en su libro “Aitona, lo que recuerdo” dice: “cuando
llegamos a Juárez solo existía un rancho construido de paja y barro, llamado de
“chorizo”, y techo de zinc. En él estaba instalado Lucio Rivacova con negocio
de pulpería y en el que había un poco de todo. Llegados nosotros se construyó
una casa de madera enfrente a la plaza principal (actual Independencia). En
esta manzana, que la demarcación del ejido del futuro pueblo de Juárez
destinaba para plaza, mi padrastro (Mariano Urquiola) tenía el rodeo de las
ovejas que había comprado para consumo. En el solar que estuvo ubicada nuestra
casa de tablas, Don Juan Roo edificó su casa en la que continuó siempre su
familia. La primera casa de ladrillos fue la de Andina.”
En esa misma publicación se describe cómo era el
paisaje que presentaba el incipiente pueblo: “entre nuestra casa y la de
Rivacova, era todo campo, con un dilatado horizonte. Una perspectiva visual que
alternaba con el permanente temor de la aparición de los indios y también por
la curiosidad y el deseo de ver llegar nuevos pobladores”.
Al mencionar a los pioneros del pueblo, debemos
destacar, en lo que respecta a la industria local, a Don Bernardo Paglini. Un
Piamontés, que en 1857 adquiere una carreta le hace algunas mejoras para su
alojamiento, compra mercaderías de almacén y tienda, para la venta, y sale
rumbo al sur desafiando la llanura inhóspita y donde el malón aún estaba en
permanente acecho.
Paglini y esposa |
El funcionamiento era primitivo, el mecanismo era un molino a viento y una rueda de madera con aletas registrables de un diámetro de 4 metros. En 1870 se decidió por una planta más moderna, que aumentaba la producción, accionada a través de un motor a vapor que elaboraba hasta 150 bolsas de harina de 100 kilogramos. Para esta fecha anexó lo que fue la primera panadería ubicada en la actual calle Pedro D. Pumará.
La organización
del pueblo
“Como el número de pobladores y establecimientos
aumentaba – escribe Cesáreo Vittor -se aspiraba a organizarse el pueblo y ello
daba lugar a un movimiento general del comercio”.
Se había creado el partido y se había designado
autoridad pero todo ello era nominal; el Juzgado de Paz funcionaba en una u
otra estancia, ya fuera “El Porvenir” al norte, “La Paloma” en cercanías de
Alzaga o “La Totora” a dos leguas de la actual población. Faltaba el
amojonamiento y subdivisión, lo que al fin se logró después de engorrosos
trámites y dilaciones, como señalamos precedentemente.
Producida la división de la tierra ella trajo en 1878
y 1879 una intensa fiebre de edificación y pronto floreció una villa de
actividad y bullicio.
Desde el año de su fundación nuestra ciudad contó con
el servicio de correos. En efecto, ya en 1867 se estableció la primera
Administración de Correos que, seguramente, debido a la falta de una
organización más completa, las tareas inherentes estuvieron a cargo del
entonces Juez de Paz. Recién en 1878 se nombra a Don Domingo Fontana como el
primer Administrador, desempeñándose hasta 1885, en que fue reemplazado por Don
Lázaro Hernández; el servicio se cumplía a través del “chasquis”, hasta que se
reemplazó por un servicio de mensajerías que vinculó con mayor regularidad a
Juárez con poblaciones vecinas.
Aun cuando no se contaba con telégrafo ni ferrocarril, el tráfico de viajeros era intenso. La empresa Neil, Mariño y Cía. se organizó bajo una hábil dirección y administración, teniendo numerosas líneas en servicio. Una de ellas hacía el servicio desde Ayacucho a Bahía Blanca, con renuevo de postas cada cuatro leguas; llegaba de Ayacucho haciendo noche en Juárez y un día y medio de esta a Bahía Blanca era su itinerario, que lo cumplían mayorales, entre los que se recuerdan al tuerto Fiolhos, francés, a Toribio Colman, a Leopoldo Manselle, al gallego Goñi y postillones como Eulogio Álvarez, Oroña y el negro Funes. En el Museo de Tapalqué se exhibe la diligencia que unía en su recorrido Azul con la estancia El Sol Argentino de Roldán. Se denomina San Julián por ser éste el nombre de su propietario y funcionó hasta 1900 transportando cargas y personas. El general Bartolomé Mitre fue una de las personalidades que viajó en este carruaje. La llegada del Ferro Carril Sud, hizo declinar hasta desaparecer este sistema de tráfico, tan pintoresco y que necesitaba la gallardía y temple de sus hombres para realizarlo entre todos los inconvenientes del tiempo, fríos, lluvia, calores, tierra y sabandijas.
Nominan las
calles y plazas
El 27 de enero de 1879, cuando comandaba el municipio
Genaro Iranzo, que lo hizo hasta 1883, se acordó ponerle nombres a las calles y
las plazas del pueblo. De norte a sur se denominaron: América (hoy avenida
Constitución – J. B. Alberdi), Las Piedras (hoy Pumará), Suipacha, Moreno,
Rivadavia, Lavalle, San Martín (hoy San Martín – Urquiza), Independencia (hoy
Mitre – Uruguay), Belgrano, Ituzaingo, General Paz, Río Bamba y República (hoy
Muñiz – Rosas). De este a oeste: Buenos Aires (hoy Fortabat – Sáenz Peña),
Maipú, Chacabuco, Alsina (hoy Alsina-Libertad), Otamendi (hoy
Zabalza-Otamendi), Juárez (hoy Mariano Roldán - 9 de Julio), San Antonio de
Iraola (hoy San Antonio - Catamarca) y Los Andes (hoy Salenave – Saavedra).
En cuanto a las plazas se denominó Los Andes (ya no
existe, estaba en la actual escuela técnica en Constitución y Saavedra); Plaza
República (hoy Hospital “Dr. Saintout”); plaza Buenos Aires (hoy Islas
Malvinas) y Plaza América (hoy Plaza Mitre). Ya existía la Plaza Independencia
A partir del 1 de julio de 1879 se autorizó la venta
de quintas y chacras, a toda persona que lo solicitase al precio de 300 pesos
la cuadra de quinta y a 200 pesos la cuadra de chacra, debiendo pagarse como
derecho de delineado 100 pesos por las primeras y 200 por las segundas. El
mismo día se aceptó una propuesta de José Minoletti, sobre el alumbrado público
del pueblo.
Ordenamiento del
espacio público
Entre las ordenanzas del Concejo Deliberante,
encontramos una referida al espacio público. En la sesión del 18 de febrero de
1889 se resuelve prohibir “dentro del radio del pueblo se depositen en la vía
pública por más de 24 horas mercaderías, cajones vacíos, y cualquier otra cosa
de materiales”. También se dispuso “prohibir que los carruajes y cualquier otra
clase de vehículos recorran las calles del pueblo con más velocidad que la de
trote largo de los caballos.
Otra ordenanza que marca el ritmo del pueblo es de
1894, para los carruajes de alquiler donde se establece el precio que deben
cobrar dentro del radio de la población. En las horas de llegada o salida de
los trenes deben permanecer junto a sus carros. Se le prohíbe a los conductores
mientras se encuentran en servicio “ingresar a las casas de tolerancia y bailes
públicos; entretenerse en los hoteles y cafés con juegos de cualquier
naturaleza; estacionarse en las bocacalles y pasos de piedra (…) Dentro del
radio del pueblo los vehículos conservaran su derecha marchando uno detrás de
otro; los faroles deberán llevarse siempre encendidos durante la noche, a
excepción de aquellas en que alumbra la luna”.
Los gestores de
la fundación
Don Mariano Roldán fue el primer funcionario y el
gestor de la fundación del pueblo, acompañándolo hombres como Genaro Iranzo,
Juan Zubillaga, J. Arrillaga y Guillermo Randel, entre otros. Ello no quiere
decir que no hubiera lucha política por cuanto aún ya en ese entonces Juárez
estaba en el mercado, aunque fueran votos nominales.
Tuvieron actuación descollante también Don Emiliano
Domínguez, Gervasio Mariño, Ernesto Romero, hermano del Ministro de Hacienda de
la Nación, Juan Romero, Nicanor Islas y Pedro A. Rodríguez. Este señor fue en
realidad el caudillo durante algunos años y gozaba del mejor concepto aunque
era de malas pulgas – dice Vittor-. En los asuntos políticos chocó con un
escribano de apellido Maimó, y en una de esas lo hizo detener y poner en
capilla para fusilarlo al amanecer. Conocido el asunto y no siendo cosa fácil
hacerlo cejar en sus propósitos lo rodearon con el mayor número de amigos y
haciendo tertulia en la confitería de Abrisqueta, pasaron largas horas,
mientras habían hecho fugar al preso para evitar el fusilamiento.
Sin embargo el pueblo crecía, se daba y vendía la
tierra con la mayor facilidad y el comercio era floreciente.Tres décadas de continuo
esfuerzo llevaría unir los puntos cardinales del ejido, cuyas construcciones y
funciones se presentan diferenciadas: Al Norte, corriéndose al centro, domina
lo privado: Estación de Ferrocarril, Hoteles, galpones de acopio de lanas y
cereales, Molino “El Galileo”, corrales de hacienda para embarque en los
vagones. El núcleo de esta red es la estación del Ferrocarril., que comunicaba
hacia afuera, la riqueza agrícola ganadera del Partido, con los centros de
exportación y, hacia adentro, lo rural con lo urbano.
Las galeras volcaban diariamente gran número de
pasajeros y como en aquel entonces no existían leyes de represión al juego, se
jugaba a puertas abiertas con la asistencia de las autoridades al choclón, al
monte, a la taba y a las puñaladas algunas veces.
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