Un
cuento de Jorge Luis Borges, firmado con seudónimo, hace referencia a quien fue
el primer comisario de Juárez, a cargo de
En el diario
Felipe Pascual Pacheco "El tigre del Quequén"
“Un forajido, que le decían el Tigre", -continúa- intencionado
solecismo en la proposición subordinada, evocador de la lengua oral, que repite
el de "Francisco Real, que le dicen el Corralero". El Tigre
"debía varias muertes", así como Rosendo Juárez "estaba debiendo
dos muertes". Y ese comisario, de valerosa cortesía, que desarmado va a
detener al forajido "sin alzar la voz", ¿no es acaso de la misma
estirpe de aquel Jacinto Chiclana, "capaz de no alzar la voz / y de
jugarse la vida"? Por otra parte, Isidoro
es el tercer nombre de Borges y también es el nombre de su abuelo Isidoro
Acevedo Laprida y el de su bisabuelo el coronel Isidoro Suárez. Además, algún
Trejo y Sanabria se cuenta entre los antepasados de Borges. Por último, el
libro apócrifo del apócrifo Isidoro Trejo "apareció" en Dolores en
1899, el año de nacimiento de Borges”.
El
compilador Fernando Sorrentino asegura que “Las leyes del juego” pertenece a
Jorge Luis Borges; el escritor empleó el mismo procedimiento utilizado, por
ejemplo, en “Museo” (El hacedor), que consiste en inventar textos y atribuirlos
a fuentes ficticias. Con la única diferencia de que —por las razones que
fueren— nunca incorporó estas tres piezas a un libro de su autoría.
El breve cuento de “Trejo” (Jorge Luís
Borges) es el siguiente:
“LAS
LEYES DEL JUEGO”
No
recuerdo el nombre del comisario. Sé que le daban el nombre de Boina Colorada y
que había servido en el 2 de infantería de línea. Llegó al pueblo hacia mil
ochocientos setenta y tantos. Los vecinos le informaron que en una cueva, en
las márgenes del Quequén, tenía su guarida un forajido, que le decían el Tigre.
Debía varias muertes y el comisario anterior no se había animado nunca a
prenderlo. Boina Colorada pensó que para cimentar su autoridad le convenía
proceder en el acto. No dijo nada aquella noche, pero a la mañana siguiente
ordenó a un vigilante que lo llevara hasta la guarida del Tigre. Éste habitaba
allí con su hembra. Ya cerca de la cueva, el comisario le dijo al vigilante que
no se mostrara hasta que lo oyera silbar y le dio su revólver. Entró
tranquilamente en la cueva. El Tigre, un gaucho de melena y de barba, le salió
al encuentro con el facón. Sin alzar la voz, el comisario le dijo:
—Vengo
a buscarlo. Dese preso.
El
Tigre, que sin duda era valiente, hubiera peleado con la partida, pero aquel
hombre solo y seguro lo desconcertó. El comisario silbó. Cuando apareció el
vigilante, le dio esta orden:
-Desarme
a este hombre y lléveselo a la comisaría.
El
vigilante obedeció, temblando. Así lo tomaron al Tigre. Otra cosa hubiera
ocurrido si el comisario se hubiera presentado con la partida o si hubiera
entrado gritando.
Isidoro
Trejo: Rasgos y pinceladas (Dolores, 1899)
Es un placer seguirte en tu blog.
ResponderEliminarMuy bueno! Desconocía el cuento... un hallazgo
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