3 oct 2021

El Comisario de Juárez que atrapó al delincuente más peligroso y una mujer lo mandó a la cárcel.

 



Luis Aldaz, el primer Comisario que tuvo Juárez, era un vasco que durante la guerra carlista en España, estuvo preso en varias cárceles de las que logró escapar. Llegó en 1871 a la Argentina, un país al que sus amigos lo invitaban a tentar suerte y buena fortuna. Atrás dejaría a su familia, a su país natal y a sus amigos, todo su mundo se reduciría al trabajo y al intento de progresar en una tierra que sólo conocía por vagas referencias. Todo fue muy difícil en ese tiempo, fue empleado en el Ferrocarril del Oeste, hasta que ingresó como soldado voluntario del Batallón Guardia Provincial.

Aldaz, es más recordado por prestar servicios contra el gauchaje alzado, persiguiendo matreros, criminales y ladrones de ganado. Hombre capaz, rudo, de pocas palabras y con varias cicatrices en su cuerpo por enfrentar delincuentes. Era conocido con el apodo de “Gorra colorada” por la boina roja que llevaba en honor a los “carlistas” españoles, ya que en Argentina fue un radical muy ligado a Yrigoyen. Era un hombre de esos antiguos, de complexión robusta, alto y fornido, con una increíble fuerza física y un riguroso sentido de la justicia.

Su mayor hazaña fue la captura del famoso “Tigre de Quequén”, Felipe Pacheco a quien se le adjudicaba 14 crímenes. Cuentan crónicas de la época que “El tigre” frecuentaba pulperías o campamentos de troperos, donde seguía acrecentando su fama de pendenciero. Si bien burló con habilidad los intentos por llevarlo tras las rejas, en 1875 entró en escena precisamente, Luis Aldaz. Junto a una docena de soldados fueron enviados tras sus huellas y lo capturan en una cueva sobre el rio Quequén Salado. “Date por preso Pacheco”, le dijo Aldaz, “entregate sin resistencia porque estás rodeado y yo soy Gorra Colorada” No hacía falta decir nada más, el tan temido Tigre se dejó atrapar.

El escritor Jorge Luis Borges se refiere a la captura del “Tigre” en el cuento “Las leyes del juego” que firma con el seudónimo Isidoro Trejo. El cuento se publicó en el libro “El matrero"  en el que compiló textos gauchescos junto a 18 autores.

En la Estancia "Dos Marias", el Comisario Luis Aldaz (a la izquierda) y Cecilio López el dueño de casa (a la derecha).

En 1878 se reestructura la policía de la provincia de Buenos Aires creando comisarías de policía rural en la campaña. Juárez era cabecera de la segunda sección, que comprendía una amplia zona de la región. El primer Jefe, en nuestro partido, fue el Comisario Luís Aldáz quien tuvo que realizar destacados hechos de valor personal para imponerse y hacer respetar la autoridad, lo que le valió larga y justa fama. Era católico y en la capilla del incipiente pueblo de Juárez, se lo veía más de una vez oír misa desde la última  fila con su alta estampa y realzado por el uniforme, lo que agregado a su conocida fama de perseguidor de vagos y delincuentes, imponía respeto.

Toda esa autoridad que tenía nuestro personaje empieza a resquebrajarse. Luis Aldaz durante los primeros dos años de estadía en la Argentina mantuvo una correspondencia escueta pero afectuosa con su mujer Andresa Barrachina. Al cabo de un tiempo dejó de escribir porque recibía confirmaciones de sus amigos y familiares que decían que su esposa había fallecido de tuberculosis y nada sabían de su hija Facunda. La familia de Aldaz no volvió a saber de él hasta que, a fines de 1879, llegó a Pamplona el rumor de que estaba por casarse.

A partir de allí  Andresa Barrachina, presentó una demanda en su contra. La mujer llegó a Buenos Aires en el otoño de 1880, con su hija Facunda y se contacta con José Goñi, un comerciante que había sido testigo de su matrimonio en España. Goñi le contó que hacía tiempo que Luis se había mudado a Juárez y que allí había vuelto a casarse. El cura de Juárez confirma el casamiento en la parroquia, en marzo de 1880. Con esta certeza, a principios de septiembre, decidió denunciar a su marido por el delito de bigamia. El juez examinó los certificados y las cartas y escuchó los testimonios. Aunque el juzgado del crimen no se demoró en librar un oficio solicitándole al juez de paz de Juárez, la respuesta llegó recién en mayo de 1881. Entonces, la bigamia quedó confirmada y se supo que Luis Aldaz se había casado con Justina Amarante, una joven argentina de veintiún años. Además de la bigamia, la cohabitación con Justina configuraba adulterio, hecho que agravaba el delito principal

Pero la pareja ya no vivía en Juárez, sino en Bahía Blanca, donde, tres meses más tarde, el bígamo fue detenido y trasladado a Buenos Aires. Pocos días más tarde, su primera mujer fue a verlo a la prisión. Después de una separación tan prolongada, el reencuentro de Andresa y Luis tuvo lugar en el lúgubre escenario de la flamante penitenciaría nacional y en medio de una circunstancia infausta.

Aldaz tenía un abogado defensor oficial, pero la familia de su esposa argentina con buenas relaciones políticas logra cambiar al letrado, tarea que asume Aristóbulo del Valle, un muy prestigioso personaje,  hijo de Narciso del Valle, el primer habitante de Juárez. Cuando del Valle entró en escena, pidió la nulidad del proceso, porque Luis y Justina se habían casado en marzo de 1880 y Andresa denunció a su marido a principios de setiembre. Según la ley, la denuncia debía realizarse dentro de los dos meses de cometido el delito por lo que “la bigamia estaba prescripta antes de que el juicio se iniciara.” Andresa, no se sabe si por presión o porque iba a tener que afrontar las costas de los abogados, retiró la denuncia.

 En 1895 Justina vivía en Buenos Aires y, después que Luis recuperó la libertad, había tenido dos hijos con él, retomando la vida marital, aunque el amor posiblemente había mutado en tristeza, rencor y despecho. Años más tarde, Aldaz –que había vuelto a su antiguo puesto de policía rural– no se encontraba con ella, sino en Coronel Suárez. Aunque ignoramos si había roto con Justina o si la separación era temporaria y obedecía a motivos laborales, el proceso judicial no manchó su foja de servicio”.

Receptor de varias distinciones por el descubrimiento de crímenes y robos, Luis Aldaz falleció en La Plata el 12 de noviembre de 1920. La Jefatura de Policía decidió "honrar la memoria del decano de los empleados de la repartición que supo destacar por su conducta intachable y buenos servicios prestados".


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